03 - Un sombrero, dos encuentros y arte.

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(Punto de vista de Camino)

            Han passado cuatro días ya desde la fiesta organizada en nuestro restaurante y el infeliz encontronazo entre Doña Maite y yo. Sigo sintiéndome la peor persona del mundo por lo que provoqué en aquella tarde y no puedo mirar a la mayoría de la gente a la cara. Si sigo trabajando aquí, en el Nuevo Siglo, es porque no me sobra otra. Mi madre necesita ayuda. Esta época está siendo una locura, con una enorme cantidad de vecinos viniendo cada mediodía a comer. Como me gustaría poder salir de aquí, viajar a un país extranjero, llevar mi cuaderno de dibujos y pintura y sentirme siempre libre!...

En estos pensamientos me encontraba yo, detrás de la barra del restaurante, limpiándome las manos a un paño de cocina, cuándo me fijé en la entrada de la persona a la que no esperaba ver tan pronto: Doña Maite. Y más: Venía acompañada de un joven muy apuesto, algo menor que ella. Entraron riendo disimuladamente, intercambiando codazos y mirando en mi dirección. Estarían hablando de mí? Sí, seguro que lo estarían, y muy mal, supongo. Doña Maite estaría, seguramente, contándole todo lo que había ocurrido aquí hace unos días y burlándose por todo lo alto.

No podía soportarlo, pero era mi deber ayudar a mi madre, ya que Emilio no estaba. Esperé a que se sentaran en una mesa en un rincón del espacio y me acerqué a atenderles.

- Muy buenas tardes. En que puedo ayudarles? – Conseguí decir bajito, intentando huir de la mirada de Doña Maite.

- Buenas tardes. – Saludó el joven, timidamente sonriendo.

- Hola, Camino. Como estás? – Respondió Doña Maite con alegría en su voz.

Sentí como mis mejillas inflaban y se ponían rojas. Como es que se acuerda de mi nombre, si solo nos hemos visto una vez y fue de las peores experiencias que podíamos haber tenido? Esta mujer no es normal, pensé para mis adentros. Levanté la cabeza y saludé a ambos mis clientes con un pequeño movimiento.

Maite y el joven desconocido se giraron uno para el otro y comentaron entre ellos lo que iban a provar hoy. Tomé nota de todo lo que decían y huí para la cocina. Intenté respirar hondo, mantenerme tranquila, pero resultaba del todo imposible. No veía la hora que esos dos se fueran, permitiéndome alguna paz. Debería mantenerme tranquila. Es que parece que Doña Maite se quedará por aquí bastante tiempo y vernos cada día me acordará siempre de aquél incidente, pero habrá que intentar olvidarlo y seguir adelante.

Al cabo de unos minutos, mi madre me llamó para levar sus platos a la mesa. Llené los pulmones de aire, enderezé mi espalda lo mejor que pude y caminé hacia aquela imponente mujer y su compañía. Al acercarme a ellos, sentí como Doña Maite me clavaba la mirada y pude reconocer el mismo magnetismo del día de la fiesta. No podía dejar de mirarla, así que dejé cada uno de los platos en la mesa muy lentamente, intentando prolongar aquél momento el máximo posible. La artista seguía mis movimientos con una mirada profunda y cuándo ya parecía que estábamos apenas ella y yo en una borbuja, el joven a su lado carraspeó.

- Bueno. Será mejor que os deje disfrutar de la comida, o se enfriará. Si no me necesitan más... - Comenté al darme cuenta de la situación incómoda que se estaba creando. Será su esposo? Camino, no te distraigas. A trabajar inmediatamente!, me regañé en mis pensamientos, y volví a mis tareas en la barra.

Es que solo quería mirarla. Mirarla con detenimiento. Sin prisas. Mirarla cada detalle de su cara, de su pelo, de su forma de moverse. Sentía una necesidad casi animal de guardar sus rasgos en mi memoria. Y, Dios!, pensar en el toque de aquellas manos!... Divinas. Suaves. Creo que apenas me di cuenta de lo que pasaba a mi alrededor mientras la susodicha estuvo ahí sentada.

En el momento de su salida, pude notar como Doña Maite dejaba su sombrero en cima del mueble más cercano a su mesa. Me atreví a cogerlo para, más tarde, intentar descubrir la ubicación de su casa, para llevárselo más tarde, cuándo terminase mis tareas en el Nuevo Siglo.

Descubrimientos - Una fanfiction MaitinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora