Capítulo 20: UN ARDIENTE AMANECER

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—ALÉJATE DE ELLA —su voz sonaba tan grave y profunda que se me revolvió el estómago—. ¿Acaso me quieres desafiar?

Me daba miedo irrumpir, incluso respirar, pues parecía una bomba a punto de explotar, sin embargo, al final decidí interferir. Me aclaré la garganta para que mi hermano quitara los ojos de Carlos y pusiera atención en mí.

—Pablo, deja de controlar mi vida amorosa, ¿vale? Está bien que me defiendas y que te preocupes por mí, pero esto es demasiado.

—¿Demasiado? ¿Estás ciega? ¡Este tipo —lo dijo como si, en vez de ser su amigo, fuera el sinvergüenza del camino— ha cortado contigo en un baño!

Si lo dice así, suena fatal.

—No hables así —le dije.

—Pero te ha dejado —añadió sin necesidad la pava de Elisa moviendo las manos de manera dramática.

Ufff, no era un secreto que no la tragaba.

—Eli, hazme un favor y no te metas en esto. Estás aquí porque eres la novia de mi hermano y punto.

Lo de llamarla Eli me salió del corazón, era como un apodo de cariño falso. Mi por-ahora cuñada se quedó boquiabierta y luego se cruzó de brazos, enfurruñada.

—Beatriz, deja de comportarte como si fueras a preescolar.

No soportaba que se pusiera en ese plan conmigo. ¿Quién cojones se pensaba que era? ¿Mi padre? Oh, me parecía a mí que se estaba equivocando.

—¡Pablo! Cállate ya. Si he decidido estar aquí es por una razón: quién me gusta es Carlos. Y déjate de rollos porque todo lo demás ha sido una tremenda locura. La fiesta que celebramos fue un puto desastre, un caos en toda regla y créeme que no me he quejado tanto de mi vida como en la última semana por la maldita fiesta, pero también te digo que me lo he pasado como nunca de bien y sí Maite tiene razón: mi vida anterior era muy aburrida. Me he dado cuenta de que tengo que arriesgar más y pensar algo menos.

No me había dado cuenta de que había elevado tanto la voz. Cuando me callé todo estaba en un completo silencio y las tres personas que tenía a mi alrededor no dijeron ni mu después. Cogí a Carlos de la mano y me dispuse a salir de la cocina. Antes de que pusiéramos un pie fuera, escuché de la boca de mi hermano lo que nunca me hubiera imaginado que dijera tan rápido:

—Tienes razón. Lo siento, Bea, no tengo por qué controlarte —pausó durante unos instantes donde parecía debatir consigo mismo—. Carlos, la culpa es mía desde un principio. No debería haberte jodido cuando sólo querías acercarte a mi hermana. Dejé que Lucas se metiera en esto y la lie bastante. Pero no me gusta nada eso de que la hagas enfadar, la molestes o la dejes estando borracho. Si vuelves hacerlo, da por hecho que serás hombre muerto.

Se dieron un apretón de manos y luego se dieron un corto abrazo. Carlos y yo fuimos hasta su habitación. Una vez que pasó el huracán, ambos estábamos agotados. Eran más de las seis de la mañana, aunque aún era de noche y las ganas de dormir eran intensas, más grandes fueron las ganas de recuperar el tiempo perdido.

Nuestros labios se fundieron en un profundo beso justo cruzar el marco de la puerta. Él jugaba con mi pelo y yo con su camiseta. Le entró repentinamente calor, lo sentí en su piel, los dos ardíamos. Se quitó la camiseta en menos de un segundo y volvió a unir nuestras bocas. El beso era apasionado, intenso y cargado de deseo. Apenas había tiempo de respirar, ansiábamos el uno del otro. Caímos en la cama poco después. Él se puso sobre mí. Esta vez, nos besamos con lentitud, saboreando cada instante. Nos separamos y estuvimos unos minutos mirándonos en silencio.

Memoricé su rostro completo. Estaba relajado, en paz, con los ojos rebosantes de brillo y la comisura de los labios curvada hacia arriba. Tenía las cejas algo despeinadas, pero estaba precioso. Yo no dejaba de sonreír, me encontraba feliz y calmada. Me recosté sobre su pecho cuando destapamos la cama y él pasó su brazo por mi espalda. Reparé en que sus sábanas eran suaves. Había dormido aquí antes, sin él, pero no fue especial como esa vez. Me alegraba que lo hubiéramos arreglado todo, aunque a la vez me enfurecía que hubiera pasado todo ese tiempo enfadados el uno con el otro. Tenía ganas de pegarle una torta.

La fiesta caóticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora