Maite agarró mi mano. Bailaba al ritmo de la música y me hizo unirme a ella. Todos estaban bailando y varios sujetaban a Fran sobre los hombros. Escuché a unas chicas decir: «La pasma ha venido, tía. Estabas en otro mundo, no bebas más».
No pasaron ni diez minutos cuando alguien chilló a grito pelado. Todos se callaron. En un silencio, se volvió a percibir el desgarrador grito de la chica que me puso la piel de gallina. Las voces venían de fuera y salimos a ver lo que ocurría. Procedían de detrás de casa. Cuando llegamos al lugar, la chica tenía cara de haber visto un fantasma y sus manos se hallaban en su cabeza. Estaba aterrada mirando algo en las sombras.
—¿Qué ocurre, Lau? —le preguntó calmadamente mi hermano.
—Está muerto —dijo en un hilo de voz.
Pablo se acercó a ella y ésta lloró desesperadamente en su hombro.
—Chicos, venid aquí —inquirió.
Ellos se acercaron y mis pies se movieron intuitivamente hacia ellos. Vi lo que ellos vieron: un cuerpo cadavérico reposaba sobre la grava. Tenía en la camisa blanca unas manchas de color granate sangre y sobre su cara había unos rasguños. Joder, estaba muerto. Tapé mi boca y Pablo me miró dolorido. No quiso que viera aquello.
—Alguien lo ha matado —susurró la chica entre sollozos.
Carlos fue a tomarle el pulso y dijo:
—Está vivo.
—Joder, tío, pues tiene pinta de haberla palmado ya.
—Está hecho un zombi, traeré algo de agua. —Maite fue adentro.
Retrocedí unos pasos y observé el lugar como una detective. Había una botella al lado del árbol. Estaba volcada y su líquido restante estaba en la gravilla. Me acerqué y recogí el recipiente de vidrio. Era una botella de vino. Eso explicaba las manchas en su camisa.
—No está muerto —dije, a pesar de que ya lo dijeron antes—. Bebió mucho y está dormido.
—¿Y cómo explicas los rasguños? —imperó Ismael.
—Este árbol tiene ramas muy bajas, es posible que se arañase la cara con ellas.
Carlos asintió.
—Tiene sentido —me dijo y luego pegó una torta al chico medio muerto—. Eh, despierta.
Muy somnoliento, el chico soltó alguna interjección y cuando intentó incorporarse, soltó un alarido. Se dejó caer y Carlos le propinó otra bofetada.
—¿Qué haces? —dijo el muerto viviente del suelo.
—Acho, parecías un muerto —dijo Ismael entre risas— recién salido de la tumba.
Seguía aún un poco pedo. Se le veía. Después de que Carlos ayudase al chico, entramos y sus amigos se ocuparon de él. Pablo se quedó mirándome un rato mientras yo observaba a Carlos darle agua. Luego, siguió consolando a la chica. Me fui adentro con Maite y Hugo.
Bailé con ganas y Maite se reía de mí. Vi a Carlos entre la gente y se acercó a mí muy rápido, tanto que sus labios impactaron contra los míos y me dio un beso. Lo abracé por el cuello y lo atraje más a mí. Bailé descontroladamente hasta que sentí un desequilibrio por las luces de la bola de disco. Carlos me agarraba por la cintura y evitó que me cayese.
—Se te ha subido el alcohol de golpe. —Rio en mi oreja.
Seguí bailando y acerqué mis labios a su oído cuando reparé en que era cierto lo que decía:
—Sí porque yo nunca bailo.
Sonrío con picardía. Miré a mi alrededor y vi a Maite bailar con Hugo. Ésta me vio también y vino corriendo hacia mí con Hugo de la mano. Me arrastró hasta la mesa y me hizo subir. Hugo se quedó abajo con Carlos. Mi amiga perreó mientras yo apenas me mantenía ya. Bailamos raro con toda la gente abajo. Alguien me sujetó la mano y tiró de mí. Pensé que me caería, sin embargo, era Carlos y me llevó hasta mi cuarto en brazos.
—Vas a descansar un rato —dijo cruzando la puerta.
Me tumbó en la cama y me tapó con la sábana. Yo le puse ojitos para que se metiera conmigo en la cama y él accedió. Me puse de lado a él. Hablamos un rato de nosotros. Antes no tuvimos oportunidad. Miré el reloj del escritorio, eran las tres y media. Vaya.
Carlos me contó que quería ser médico. Con razón, por eso sabía cómo actuar con Lucas, además de que ya le había ocurrido. Este curso era su último curso, el más complicado de todos. Continúo hablando y explicándome que cuando a alguien le da un amarillo, se le debe dar para beber Coca-Cola fría para que eleve sus niveles de azúcar y acelere su ritmo cardíaco levemente.
—Hay que levantarle las piernas para que la sangre regrese al corazón y al cerebro. Además, es bueno que vomite porque baja su pH.
Siguió contándome que por muy dura que fuese la carrera, él quería ser médico y lo iría a conseguir. Estaba muy ilusionado contándome antes lo que había que hacer en esa situación. Será un buen médico. El mejor.
—Bea —me susurró tiernamente.
Yo emití un gruñido.
—Es hora de dormir. Buenas noches.
Me estaba quedando dormida. Él me tapó con la sábana hasta el cuello y cerré los ojos. Me dio un beso en la frente y me quedé completamente sumida en un sueño muy profundo.
Soñé algo terrible. Carlos se ponía echo una fiera porque descubrió que Lucas casi me besa. Entonces, Lucas le dio un puñetazo y gritaba como un loco. Se pelearon casi a muerte, hasta que llegaba mi hermano y los separaba. Cuando se enteró de lo que ocurría me miró fijamente y se acercó a mí con el humo saliendo de sus orejas.
¡AAAAAAHHHHH! MIERDA, NO. Carlos vino hacia mí y después Pablo le empujó lejos gritando: «No toques a Bea».
Me levanté sobresaltada.
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La fiesta caótica
Roman pour AdolescentsEstoy acostumbrada a ser invisible en el instituto, a tener dos mejores amigos que no son para nada invisibles y una mala suerte de miedo. Mi vida cambió por completo cuando mi mejor amigo cumplió los diecisiete. Tras su fiesta sorpresa, nada volvió...