Cómo conocí a su madre (osease mi vieja)

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SeungHyun escuchó un claxon que lo sacó de sus pensamientos y casi lo hizo caer de su bicicleta, si no fuera por sus increíbles reflejos de deportista, tendría el hocico bien embarrado en el sucio asfalto.

-¡Fíjate, animal!- Le gritó el amable señor del auto que casi lo atropella.

-¡Chinga tu madre, puñetas!- Gritó con furia regia y le hizo una simpática seña cruzando los brazos, que hicieron que el carro se detuviera abruptamente a unos metros de él y que la puerta del copiloto de abriera.

-¿Qué dijistes pinche werito?

No sabiendo qué hacer, y temiendo seriamente por su vida al ver que el tipo que se había bajado era un cholo y gritaba "mara salvatrucha" y "recién salido del reclusorio sur" por toda la jeta, tomó rápidamente su bicicleta y pedaleó, huyendo por la banqueta al lado contrario al que daba la calle.

-¡Te vi la jeta, pendejo! ¡Te voy a encontrar pa' partirte tu puta madre!

El corazón de SeungHyun iba rapidísimo, y quiso llamarle a su mamacita, porque no quería morir sin decirle que la quería un chingo y que cuidara a sus marranos en el rancho, sobre todo al Ramón, porque era bien delicado a la hora de comer, no era como los demás marranos. Vio su simple vida pasar y se sintió regacho, ¿Neta lo iban a matar virgen? Debió de haberse dado a la Dara, estaba bien loca y le daba miedo desde morritos, pero al menos lo quería.

Aunque pues era su prima--

-¡Cuidado!- Escuchó a alguien gritar.

Pero cuando se dio cuenta, frenó con fuerza, y giró como pudo el manubrio para esquivar a la persona que estaba frente a él, pero ya era tarde. Al parecer había atropellado a alguien y de paso él salió volando de su bici.

Su día estaba de la verga.

Choi SeungHyun vivía hasta hace tres semanas en Monterrey, había nacido en San Nicolás de los Garza un cuatro de noviembre de mil novecientos ochenta y ocho. La neta no era relevante, pero desde que se había mudado al Distrito Federal, sí que parecía importar.

Los vatos con los que viviría hasta el próximo año escolar, eran bien mamones, y se la pasaban molestándolo que si por su acento, que si por las palabras que usaba, que si por como caminaba... ¡Hasta por la ropa que tenía! No mames ya ni las viejas eran tan criticonas, le cae. Pero en fin, terminó cediendo ante la presión, y salió el finde pasado a comprar su ropa al tianguis, que disque para verse más de barrio.

Estando más camuflajeado -rayitos rubios incluidos-, a SeungHyun sólo le hacía falta dejar ese cantadito tan característico de los regios, y agarrarle la onda al hablar de los chilangos, porque -según sus compas- lo iban a asaltar a cada rato si lo veían que era de fuera.

Como todavía tenía una semana más antes de entrar a la carrera, no tenía nada para hacer, ya que todo estaba listo para su ciclo escolar. Apenas la semana pasada le habían depositado para que se comprara una bicicleta, y había comenzado recorrer los alrededores por las mañanas. Lo que más le gustaba hasta ahora era Coyoacán, principalmente porque le recordaba mucho a los parquecitos de provincia, que a su vez lo ponían nostálgico al recordar Durango, donde vivía una buena parte de su familia.

La verdad se estaba perdiendo brutalmente en sus pensamientos, pero sólo era para ignorar el dolor en su cara del tremendo putazo que se había metido.

-¡Qué te pasa imbécil!

No veía nada, todo estaba oscuro.

-¡Mínimo ayúdame a levantarme! Ay no, perro oso estar aquí tirado.

La vida moral de la pareja idealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora