Encuentro

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    (Banda sonora de fondo: Future World Music-Spiritual Awakening)

    La mañana se levanta perezosa tras las colinas parisinas. La ciudad despierta con ella, con su alegre bullicio inundando las calles. Los comerciantes sacan sus productos a vender, mientras que las mujeres aprovechan para buscar vestido o alajores para los bailes en las grandes mansiones que la clase burguesa ofrece. Los niños más pudientes caminan hacia la escuela en los monasterios cercanos a sus viviendas, donde aprenden el bello arte de la escritura y la lectura.

        Esa es la cara bonita de París. En el lugar opuesto, las madres buscan entre la basura algo que darles de desayunar a sus hijos, mientras que antiguos combatientes en la batalla de Waterloo observan la vida pasar desde su rincón de la acera, rotos por dentro ante la decepción de saber que riquezas contenidas en promesas son difuminadas por el viento, llegando a no existir.

        Un día normal en París.

        Me encuentro en la pequeña salita de mi casa, cosiendo con cuidado un patrón de costura con sumo cuidado, mas voy bordando despacio el dibujo de una rosa en primavera. Escucho a Madame Peternieu tararear una antigua canción que entonaban las chicas francesas a los militares antes de que éstos salieran al campo de batalla. Mi madre, se encuentra en el despacho contiguo, calculando al milímetro cada franco que entra en casa, pues Abril acaba, y debemos de llegar a final de mes.

        -Cada día el comercio sube sus precios. Quand un homme est honnête, tout est cher!-escucho el lamento de mi madre ahogado por las paredes de madera y papel que nos separa. 

        Suspiro profundamente. Lo peor es que tiene razón. Desde que la deuda pública seguía en aumento, el precio de todo iba subiendo con ésta. A cada franco subido, una familia acababa en la calle. Muchas veces, mientras recorro las calles de París haciendo recados o simplemente disfrutando de la luz del sol, siempre me hago la misma pregunta: ¿Cómo hemos acabado así? Antaño Francia era una de las grandes potencias de todo el continente, pues, junto a España, suponíamos la entrada a los reinos del norte.

        Pero todo eso se derrumbó cuando la codicia de los reyes fue palpable en sus almas, creando desolación y pobreza… contagiando a Francia con una enfermedad infecciosa que la mataba lentamente… Y ya con la Revolución de 1789, fue el inicio del fin. El pueblo descubrió que sí tenía voz, y aquella voz era escuchada y temida por los gobernantes.

        Si os soy sincera, a mí me causa pavor entrar de nuevo en una guerra civil. ¿Qué pasaría con todas aquellas familias que intentan mejorar nuestra patria con el simple de amarla? Caerían sucumbidas por el humo y las balas de los fusiles, cayendo sin vida en las fosas comunes de un pueblo que con el paso de los años, estaría olvidado de la memoria del país.

        Noto un pinchazo. Una gota escarlata aparece en la yema de mi dedo índice. Perfecto, me he pinchado. Cojo un paño de mi bolsillo interior de la falda y limpio la pequeña herida. Aprovechando aquella pequeña intervención, dejo mi labor de costura a un lado y me levanto, asomándome a la ventana. El jardín frontal que conservamos la familia, está cubierto de colores y varios pájaros se posan en las ramas más altas de los árboles. Conmovida ante tal espectáculo primaveral, decido salir. 

        -Mamá, voy a la plaza mayor. No tardaré en regresar…-aviso acercándome al despacho donde ella se encuentra rodeada de panfletos.

        -Vale hija… no tardes…-me responde sin apenas mirarme, concentrada en los números que tiene delante grabados a carboncillo.

        Despidiéndome de la vieja casera, salgo de casa, no sin antes recogiendo algunas flores del jardín que considero bastantes maduras. Cuelgo de mi brazo un cesto y las coloco allí. Quizás las lleve a Notre Dame para que los monjes encargados de la catedral las coloquen en el altar… o no sé… ya veré…

        Mis pies se posan en la calle empedrada de la avenida donde vivo, y comienzo a caminar sin prisa por entre la gente. Sumida en mis pensamientos, recorro las calles contiguas, sin fijarme mucho en la gente que pasa a mi lado. Dejo volar mi mente a otros lugares, cosa que suelo hacer cuando paseo con mi amiga la soledad por cada rincón de la ciudad.

        De repente, recibo un impacto, cayendo al suelo sentada. La cesta con flores de despilfarra por el suelo, siendo pisoteadas algunos de los ejemplares de mi jardín. Alzo la vista y veo a un chico de mediana estatura, con pelo rizado y ojos claros que suelta lo que parece un maletín sucio y un frasco con pinceles.

        -Pardon mademoiselle… Oh, mon Dieu…

        Su voz suena apurada, mientras me ayuda a levantarme. Recojo las flores que se han salvado de la caída y el cesto que las contiene.

        -No se preocupe, no miraba por dónde iba… Perdóneme… de verdad…-digo apresurada, colocándome bien el vestido y recomponiéndome. Le dedico una sonrisa tímida al joven que vuelve a coger su maletín y sus pinceles.

        -¿De verdad se encuentra bien, señorita? Yo tampoco veía por dónde iba…-se recoloca bien unas gafas sostenidas por su pronunciada nariz. Aprovecho para fijarme más en esos pequeños detalles: ojos claros, nariz aguileña, rizos oscuros que caen alborotados sobre su frente… Piel cuasi tostada, manos finas y manchadas de pintura… 

        -Sí… sí, de verdad…-le dedico una sonrisa más amplia y me recoloco un mechón de pelo tras la oreja-¿Es usted pintor?-pregunto curiosa. La pregunta suena algo obvia, hecho que me hace sentir bastante estúpida.

        El joven ríe y niega con la cabeza, encogiéndose de hombros. ¿Le ha resultado gracioso o sólo ríe ante mi patetismo?

        -Soy estudiante de Bellas Artes en la Universidad. No soy pintor profesional…

        -Bueno, eso no es un motivo para no considerarte pintor… -digo sinceramente, terminando de recoger mis cosas. Al ver que un silencio incómodo nos envuelve, carraspeo levemente-Me tengo que ir, Monsieur… espero coincidir alguna vez con usted y ver sus obras…

        -Claro… claro, mademoiselle…-asiente sonriendo aparentemente aliviado al ver que el silencio se rompe. Noto que deja la pregunta al aire, como pidiendo que le dé mi nombre, el cual respondo con simpatía.

        -Tocqueville… Dafnée Tocqueville… ¿y usted Monsieur?

        -Me llamo Grantaire… o sea, Gabriel Grantaire… Encantado… 

La touche parfaiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora