Bailando con el tiempo

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Las horas se convierten perezosamente en días, los días en semanas y las semanas en meses, acompañados de un caluroso verano que pasa con prisa por el país. La visita de Monsieur Bourdon ha dado un giro inexperado en casa. Ejemplo de ello es que apenas veo a mi padre tanto como antes, pues se encierra en su despacho a hablar con nuestro invitado, el cual siempre se queda a cenar en casa.

Según cuentan las amas de llaves que conviven con nosotros, ambos señores van a cerrar un importante trato dé lugar a una importante empresa que será poderosa en el reino francés, y creará muchísimos beneficios. En los ojos de mi madre puedo ver el brillo de la preocupación, casi puedo imaginar lo que está pensando cada vez que nuestro convidado menciona el tema. ¿Cómo podrá combatir con tantos números y facturas? La prudencia que siempre la acompaña, hace que siempre siga comiendo de su plato y no medie palabra.

Aprovechando que en casa todos están pendientes de dicho pacto, tengo facilidad de escaparme de ésta para reunirme con Gabriel en diferentes puntos de la ciudad, ya sean plazas o en la mismísima catedral de París. Su compañía me agrada cada vez más, haciendo que en mi interior nazca un fuego que jamás había sentido con ningún otro hombre. Sus palabras sobre el arte y la pintura embriagan mi conocimiento, anhelando que me explique más cosas de ese mundo. Todas las noches, antes de dormir, acaricio con sutileza la servilleta donde sus palabras siguen grabadas, palabras que no olvidaré nunca y que llevo conmigo en el orazón.

Ahora mismo me encuentro camino a uno de esos encuentros. Dejando a mis padres ocupados con varios documentos a firmar, he conseguido escabullirme de aquella mirada felina y escalofriante que me ofrece Monsieur Bourdon, saliendo a toda prisa de la casa. No me echaran de menos hasta más tarde.

Camino deprisa por una de las avenidas que desembocan en el centro de la ciudad, dirigiéndome a la Facultad de Bellas Artes, donde Gabriel me ha prometido enseñarme todos los cuadros que guarda en ésta. Agarro fuerte el pañuelo que reposa sobre mis hombros, pues el llanto del otoño se aproxima. Continúo avanzando, viendo a mi alrededor varios comercios cerrando con la caída del día. Suspiro y a lo lejos veo el enorme edificio de la Facultad... y con él, una pequeña sombra en la puerta.

-Perdón por llegar tarde...-digo con voz ahogada, acercándome a Gabriel, que espera apoyado en la pared. Sus rizos oscuros se confunden con la sombra proyectada en la piedra antigua, pareciendo que ésta sea una extensión de su cabello. 

Cuando se percata de mi presencia, hace una breve inclinación y me besa la mano.

-No te preocupes, Dafnée. Acabo de llegar también.-mete la mano en uno de sus bolsillos y saca una llave antigua, que introduce en el cerrojo oxidado de la puerta-¿Comenzamos la exposición pues?-sugiere con una pequeña sonrisa.

-Por supuesto...-susurro sonrojándome levemente con el beso en la mano, devolviéndole también la sonrisa.

Con un fuerte chirrido, consigue abrir la puerta, que cede pesadamente ante la fuerza del estudiante. Lo sigo al interior, que está conformado por una gran galería llena de cuadros que no conozco. Nuestros pasos retumban en las paredes.

-Aquí están las clases de los de primer y segundo curso-me explica señalando unas puertas ricas en decoración. Aprovechando la pausa, veo cómo se para y coloca mi brazo enlazado al suyo. Asiento levemente sin dejar de observar las puertas y el patio interior, que recoge los últimos rayos de sol de la tarde. 

Seguimos caminando, subiendo a la segunda planta. No hay pared que albergue un cuadro de siglos anteriores, y con temáticas diferentes. Llegamos a otro pasillo exactamente igual que el anterior. Gabriel me guía a una de las puertas y da un pequeño empujón.

-Esta es mi aula. Aquí guardo los cuadros que hago en clase...

Entro en el interior y contemplo soprendida la extensión de la sala. Una pequeña cúpula hace de techo, y unas lámparas de aceite ilumunan la estancia. Varios cuadros reposan en silencio sobre los caballetes, unos acabados y otros no. El joven me invita a una parte de la clase, donde hay varios cuadros expuestos de forma consciente, como si supieran de mi llegada. Mi mirada se embarca en cada uno de los lienzos, transportándome de un lugar a otro. Gabriel se retira a un lado, y puedo ver por el rabillo del ojo cómo se rasca la nuca, esperando mi opinión.

En todas las obras de arte, puedo dislumbrar una pequeña "G" con una línea serpenteante a su alrededor. Paisajes atardeciendo, un navío luchando con las olas del mar, un café de París, una batalla acontecida años atrás... todas esas maravillas venidas de las manos de un ángel. En cada trazo, cada color y forma, puedo descubrir a un joven pintor plasmando sus sentimientos en la tela blanca... la ira comparada con el mar furioso, la paz en los jardines de Roncesvalles, la alegría en los chiquillos jugando en el café de París... el deseo de libertad y lucha en las batallas de antiguas revoluciones...

-Son preciosos...-digo mirando a Gabriel con una sonrisa cálida. Veo que éste se destensa un poco y respira hondo.

-Todos ellos los he pintado el curso anterior y éste. Son... trabajos que he ido entregando, usando diferentes técnicas y pinceles...-me explica acercándose a los cuadros y suspirando levemente, como si en su mente estuviera rememorando esa teoría-La verdad es que estoy orgulloso de todos, y gracias a ellos, he obtenido buenas calificaciones.

Asiento entrelazando mis manos entre sí y doy una pasada con la mirada a los cuadros, sin apartar mi sonrisa.

-Pecador aquél que no valore bien estas obras de arte...-comento, provocando la risa del pintor.

-Sí, quizás. Aunque todos ellos tienen fallos...-se acerca a mí cruzándose de brazos, sin dejar de mirar sus creaciones-Pero para eso estoy aquí, cada día aprendo a ser mejor...

Sus ojos se cruzan con los míos, y vuelvo a perderme por un momento en un mar de aguas tranquilas, que actúa de bálsamo para mi alma. El sonido de su voz me devuelve rápidamente a la realidad.

-Ahora vengo...-susurra como si se acordara de algo, yendo al otro extremo de la sala. Lo sigo con la mirada antes de volver a contemplar la exposición privada que me ha ofrecido.

Llego al último de los cuadros, el cual no está acabado, pues el rastro de carboncillo aún se puede apreciar en él. En su conjunto, representa a una chica leyendo en un jardín. Examinando cada detalle, me doy cuenta de que se parece al jardín de mi casa. Frunzo el ceño, teniendo una ligera corazonada de la identidad de la chica.

De repente, la música comienza a sonar...

(Adrian von Ziegler-My Black Rose)

Siento cómo tiran de mí, dejando de ver el cuadro de la chica para dar paso de nuevo a su semblante. Me sonrojo al notar su mano en mi cadera y la otra cogiendo delicadamente mi mano.

-¿Qué... qué haces?-pregunto sonrojada, notando el calor en mis mejillas. Descubro en un rincón un tocadiscos de cuerda, de donde procede la melodía. Me dejo guiar por sus pasos, que me mecen despacio por parte de la sala. 

-No iba a enseñarte mis cuadros de forma tan simple...-en su rostro aparece una sonrisa amplia, mientras me hace girar. Descubro también en una mesa una botella de vino con dos copas-Una bella rosa no se merece ser tratada como un aramago ponzoñoso...-susurra acercándose a mi oído.

Mi corazón se tambalea con fuerza en mi pecho, mientras mis pies siguen los suyos con agilidad. Sonrío levemente al escucharle. ¿Cómo unas palabras tan simples pueden robar un insignificante gesto? Recuerdo los halagos de Monsieur Bourdon hacia mí. Halagos recargados de belleza, pero en cuyo interior guardan veneno. 

-Gracias Gabriel...-susurro de vuelta, apoyando mi mejilla en su hombro, contemplando las obras de arte cuando están en mi campo de visión, donde se encuentra también el cuadro la de la chica-¿Quién es la muchacha del jardín?

Paramos suavemente. Trago saliva algo preocupada, quizás le he ofendido, insinuando algo que no es debido. Veo que está contemplando el cuadro con un brillo especial en los ojos, que no se aprecia normalmente en un hombre. Me quedo en silencio, dejándole tiempo e intimidad en su pensamiento. Comienzo a sentirme mal por entrometerme en donde no me llaman cuando escucho sus palabras de nuevo.

-Es la chica que me roba el sueño todas las noches, la chica cuya sonrisa envidia la mismísima luna y cuyo fuego en su cabello impresiona al sol... la chica de la que estoy enamorado...

Y seguidamente, noto sus labios sobre los míos, formando un sutil y cálido beso...

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(Este capítulo quiero dedicárselo a una personita que fangirlea demasiado con esta historia. Últimamente la veo un tant decaída, así que mención especial para @PaulaGuti99 <3)

La touche parfaiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora