Prólogo

14 1 0
                                    

"La familia es una unidad de defensa en la que cada uno recibe según sus necesidades y aporta según sus fuerzas."

Victoriano F. Calderón

Prólogo

La ausente brisa, cargada con el calor infernal de las amplias llanuras de Castilla penetró agresiva y despiadada al pequeño bar de carretera acompañando a una mujer. Parecía querer huir del duro clima que la había envuelto en su travesía por las solitarias carreteras de la zona. El camarero rondaba el medio siglo, pero los ojos siempre son jóvenes, y aquella mujer alta con larga melena castaña y un mechón de pelo más claro que surcaba su frente era todo un ejemplar que no le pasó desapercibido. Especialmente sus ojos, de una tonalidad ambarina que nunca antes había visto, recorrieron la estancia en un rápido barrido, observadores. No tenía duda que su bar acababa de ser estudiado y juzgado en apenas unos segundos.

La observó sentarse en la barra, pedir una cerveza y no tardar en ausentarse de lo que la rodeaba, perdida en sus pensamientos.

Dácil se sentó en la barra del bar tomando una cerveza fría. Fuera del establecimiento, el sol quemaba con crueldad el suelo, y continuar conduciendo por aquel camino no tardaría en convertirse en un auténtico calvario. Aún le quedaban bastantes horas antes de llegar de nuevo a las tierras de su familia, y prefería conducir durante la noche, pues era más fresco.

De momento permanecería en el pequeño bar olvidado en las carreteras secundarias de Castilla: un diminuto lugar donde nadie la conocía... ni a su familia. Exhaló un profundo suspiro de frustración; sabía que no veían con buenos ojos sus escapadas en solitario, pero no le importaba. Estaba acostumbrada a vivir independiente desde hacía casi seis años, y las ocasiones en las que había tenido que recluirse con su multitudinaria familia durante las vacaciones, su abuela siempre había permitido sus pequeñas escapadas a la soledad de las montañas. La agobiaba estar rodeada de gente, especialmente cuando sabía que estaba siendo juzgada a cada gesto que realizara, por mínimo que éste fuera.

La anciana hacía meses que había fallecido y no se le pudo ocurrir broma de mayor mal gusto que legar en Dácil la responsabilidad de liderar y cuidar de la Familia. Ahora menos que antes permitiría que nadie le pusiera una soga atada al cuello para dejarla controlada; ella no era un perro que pudiesen controlar con una correa.

Hacía menos de un año que ocupaba el cargo de cabeza de familia: Màthair, como algunos aún la llamaban, que no era más que una forma ancestral de llamarla “madre”. Odiaba ese término, había visto demasiadas veces cómo esa odiosa palabra era únicamente empleada cuando iban a decirle algo que todos sabían que no le gustaría escuchar.

Esta era la primera escapada que hacía desde que se convirtió en la dirigente de la Familia Lobera. Lo cierto es que se había buscado una excusa barata, todos lo habían notado, pero tener una semana de absoluta soledad consigo misma la ayudaba a pensar. Había decidido no permitir que controlaran sus movimientos. Su madre nunca lo hizo, y no dejaría que ninguna tía, menos aún ninguno de sus primos, lo hiciera. No volvería a dar explicaciones de a dónde iba ni cuándo volvería. No tenía por qué hacerlo.

El móvil comenzó a vibrar en su bolsillo, y al sacarlo observó el número de teléfono: llamaban desde la casa principal.

No se lo pensó dos veces antes de colgar y apagar el teléfono. Por muy importante que fuera, no saldría ahora a la carretera: el calor era despiadado y su coche debía de estar ardiendo. Ya estaba en camino de vuelta, así que no merecía la pena saber para qué la querían.

Matriarcado (Tríada, primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora