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En algún momento aquel hombre tendría que marcharse. Eddie Kaspbrak le dedicó su mirada más desagradable a Richie Tozier, director del departamento de marketing de Industrias Kaspbrak mientras Richie seguía hablando tranquilamente con Tanya Geller. Hacía tiempo que había pasado la hora de salida de la oficina y Tanya, con el bolso al hombro, se disponía a regresar a casa. Richie no miró ni una vez hacia donde estaba Eddie mientras hablaba con la directora del Servicio de Atención al Cliente, pero Eddie sabía que Richie sabía que lo estaba mirando, esperando instrucciones.

-Uno... dos... tres -susurraba para sí mismo mientras daba golpecitos impacientes con el pie en el suelo. Contar hasta diez era una forma muy primitiva pero también efectiva para controlar su temperamento. Probablemente fuera el momento de buscar un sistema algo más sofisticado, como encontrar el modo de conseguir al hombre de su vida.-No es tan complicado -se dijo por millonésima vez aquella semana-. Mi padre es el dueño de esta empresa. ¿Por qué no puedo hacer que lo despida?

Pero, claro estaba, ni lo había intentado. La idea de ver a Richie recibir un tirón de orejas era muy reconfortante, pero sabía que verlo salir de la oficina cargando con una caja de efectos personales, implicaría las miradas asesinas hacia Richie y de un montón de mujeres de la oficina, y eso era otra cosa muy distinta. Eddie no era tan duro e independiente como le gustaba demostrar.

Lo más frustrante era que Eddie parecía ser el único en darse cuenta de cómo era realmente Richie Tozier. Ni siquiera su familia se tomaba en serio la amenaza que suponía. Todos los trabajadores de la empresa lo adoraban. Medía casi dos metros de estatura, tenía un cuerpo hecho a medida de las fantasías de cualquier mujer y era tan atractivo que todas las mujeres se volvían para mirarlo cuando se cruzaban con él.Su pelo castaño siempre parecía un poco revuelto por el viento y aquellos ojos azules parecían mirar a una mujer más allá de su cuerpo y penetrar hasta su alma, y esos encantos bastaban para que las mujeres se derritieran ante Richie sin pararse a pensar en lo que estaría tramando.

Eddie había vuelto a la ciudad hacía unas pocas semanas, pero desde que empezó a trabajar para Richie, se dio cuenta de cuál era su juego. Estaba claro.

De repente, se dio cuenta de que lo estaba mirando, aunque seguía hablando con Tanya, y para su asombro, empezó a llamarlo con el dedo. ¡Con el dedo!

Era la gota que colmaba el vaso. Eddie no iba a ir corriendo hacia Richie como si fuera un perrito faldero, ni pensaba esperarlo mucho más. Hacía rato que había pasado la hora de salida del trabajo y ellos tres debían de ser las únicas personas en el edificio. Tras lanzarle una última mirada heladora, se giró y echó a andar hacia el ascensor para ir a su despacho a recoger sus cosas.

-¡Espera!

Tardó un momento en darse cuenta de que Richie iba tras él. Apretó una y otra vez el botón de cierre automático de puertas y estas empezaron a moverse, pero Richie fue más rápido: se coló en el ascensor y apretó el botón de parada. Eddie, terco, volvió a apretar el de cierre de puertas, y Richie le dedicó una amplia sonrisa cuando las puertas comenzaron a abrirse, pero después se cerraron, se abrieron y por fin se cerraron con un desagradable chirrido. Su sonrisa se esfumó.

-Oh, oh -dijo Richie, mirándolo.

El ascensor subió unos cuatro metros y después se paró quejándose ruidosamente.

-Oh, oh -repitió Eddie, de acuerdo con Richie por primera vez.

El silencio hizo presa del ascensor mientras los dos miraban al panel de control esperando alguna señal de vida. Después, Richie empezó a apretar un botón tras otro sin que hubiera ningún cambio en su situación. Alarmado, Eddie dio un paso adelante y lo imitó, pero los botones parecían estar desconectados.

𝑳𝒐𝒗𝒆𝒓 (𝒓𝒆𝒅𝒅𝒊𝒆)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora