𝓼𝓲𝔁

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—Oh —dijo Richie sorprendido—. Es más tarde de lo que creía. Debe de ser mi madre con Boris. Oh, oh...

Eddie tragó saliva. Tenía que salir de allí.

—De acuerdo —dijo, moviéndose con rapidez—. Te veré mañana.

—Eddie —llamó Richie, pero no se detuvo.

Tenía que llegar al coche antes de que le presentaran a Boris. Con el corazón en el puño se dio cuenta de que tendría que cruzarse con la madre de Richie. Bueno, si tenía que ser así, mejor que fuera rápido.

—Señora Tozier —dijo con falsa educación a la mujer alta y guapa que la había expulsado del Grupo Infantil de Colaboración y se había asegurado de que no fuese invitado nunca a las fiestas de su mansión.

Eddie pensaba que nunca podría sentir aprecio por aquella mujer, especialmente después de haberla escuchado llamar «basura» a los Kaspbrak.

—¿Cómo está? —añadió, sin detenerse en su camino hacia su coche.

—¿Eres Eddie Kaspbrak, verdad? —preguntó la mujer fríamente, levantándose las gafas de sol para verlo mejor—. Estoy bien, cariño. Gracias por preguntar.

Cuando Eddie llegó a la altura del coche, vio a la mujer sacar a Boris del asiento trasero. Pudo ver un mechón de pelo negro enrulado y una manita gordezuela saludándola. La imagen no desapareció de su retina mientras se sentaba al volante y arrancaba el coche.

Era el niño de Richie, un niño Tozier. Eso le provocó un dolor en el centro de su ser. Aquello era demasiado.

Aquella noche en casa de los Kaspbrak tuvieron una cena alegre y ruidosa, que era lo que necesitaba para sacarse de la cabeza a Richie y a su niño. Era una de esas noches en las que su hermana parecía más cariñosa que nunca y sus hermanos tan graciosos que apenas podía comer entre risas y carcajadas.

Y después su padre bajó para unirse a ellos. Las risas se apagaron y todo el mundo se concentró en acabar cuanto antes para marcharse de la mesa enseguida.

Frank Kaspbrak hizo la ronda de sus hijos, dedicándoles sus mejores comentarios, que provocaron suspiros y miradas cruzadas entre ellos. Por fin llegó a Eddie.

—Bueno, Eddie —le dijo—. Cuando te dije que trabajaras con el chico de los Tozier, no quería decir que te mudaras a su casa.

—No me he mudado a su casa —dijo Eddie, poniéndose rígido—. Estamos trabajando juntos. Sólo voy a su casa unas horas cada día.

Frank frunció el ceño.

—No me gusta. Deberías estar en la oficina.

Al principio, Eddie había pensado lo mismo que su padre, pero las cosas habían cambiado y ya no pensaba igual.

—Papá, puedo apañármelas solo. Soy adulto.

Él lo miró y Eddie le mantuvo la mirada, hasta que el viejo empezó a reír. Rafe se levantó, lo miró y llevó su plato al fregadero.

—Papá, ¿quieres que discutamos las cifras de la propuesta de Houston?

—Sí. Nos ocuparemos de eso en cuanto hayamos acabado aquí. Joe, quiero que te involucres en esto.

—Lo siento, papá —se disculpó Joe, levantándose e imitando a Rafe—. Tengo que ir a casa de los Simpson. Su hijo tiene fiebre y me han pedido que vaya a verlo.

Frank hizo una mueca de disgusto y Eddie sonrió. Por más que quisiese verlo de otro modo, Joe era médico y nunca le interesaría tanto el negocio como la salud de sus pacientes. «Qué pena, papá», pensó Eddie.

𝑳𝒐𝒗𝒆𝒓 (𝒓𝒆𝒅𝒅𝒊𝒆)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora