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Era domingo por la mañana y, como todas las mañanas, Ichiro fue el primero en despertar.

Solía madrugar no solo para asear distintos puntos de la casa, hacer los mandados, estudiar o preparar el desayuno para sus hermanos y para él, sino también para quedarse horas frente al altar de sus padres. Era como una especie de ritual antes de iniciar sus días.

La foto de sus progenitores sonriendo le recordaba que jamás se irían y que una parte de ellos siempre estaría en sí mismo y en sus hermanos. Pero esa mañana había sido diferente, ya que mientras se encontraba cambiando las flores del altar escuchó un fuerte ruido en el cuarto de Kenta, y luego le oyó vomitar.
Claro que al instante se puso de pie y como rayo corrió a la habitación de su hermano, parándose frente a la puerta cerrada del baño.

—¿Ken? —escuchó al menor toser y también el sonido del agua del escusado llevándose lo que hubiera en el. Después lo sintió lavar su rostro y boca, dando inhalaciones y exhalaciones profundas, hasta que por fin abrió la puerta—. Ken, ¿estás bien? —tomó sus mejillas. Él asintió.

—No fue nada... Estoy bien —le sonrió, sin mostrar sus dientes, apartando sus manos lentamente.

Ichiro se acercó al baño y pudo observar un pequeño pétalo al costado del inodoro. El pétalo estaba manchado con sangre.

—Debemos ir al hospital.

—Chiro, de verdad estoy bie-...

—No, no lo estás. ¿Acaso creíste que no me iba a enterar de tus descompensaciones en la escuela o que desapareces repentinamente de tus clases para ir a la enfermería? Iremos al hospital aunque no quieras porque no fue una sugerencia —ordenó firme.

Kenta bufó dejándose caer sobre su cama.

—Pero...

—Ni una palabra más. Sacaré un turno para el lunes después de tus clases —sentenció—, ahora ve a ducharte y baja a desayunar.

El menor hizo un sonido perezoso de afirmación y él salió de la habitación, encontrándose a Akira sentada sobre uno de los escalones de las escaleras.

—¿Está bien Kenta? —preguntó en un susurro. Ichiro asintió, tomándola en brazos.

—Todo está bien, Aki —sonrió—. Gracias por preocuparte —la niña asintió, a pesar de no estar muy convencida, recostando su cabecita sobre su hombro.

—¿Puedo ayudarte con el desayuno?

—Claro que sí —aceptó, haciéndole cosquillas en sus costillas y disfrutando de sus dulces carcajadas.

Kenta apareció en la cocina unos veinte minutos después, y Akira corrió hacia él para abrazarlo fuertemente.

—¡Nīchan! Buenos días —saludó. Él le sonrió acariciando sus cabellos.

—Buenos días Aki —se sentó en su lugar con la niña en su regazo.

Ichiro los regaño diciendo que no podían comer en esa posición, pero ambos le mostraron sus lenguas graciosamente y empezaron a desayunar de todas maneras. Robándole una pequeña carcajada a su hermano mayor.

Cuando el reloj marcó las doce del medio día, Akira chilló emocionada recordando que quería ir a la biblioteca; y Kenta no dudo en ceder ante su capricho cuando Ichiro dijo que no podría acompañarla porque debía estudiar.

Al terminar de vestirse con ropa casual, Ichiro caminó hacia a Akira para peinar sus cabellos; haciéndole unas trenzas con dos mechones de sus cortos cabellos lacios las cuales unió en la parte trasera de su cabeza y que adornó con un pequeño broche de plata en forma de flor que alguna vez perteneció a su madre.

Adore You (Gay) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora