Confrontando al enemigo

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Myla, que iba de camino al área de caza se topó con un elefante exhausto. Había caminado herido por horas. Myla habló con él, aunque la herida no fuera de gravedad, estaba muy cansado.

Ella consiguió llevarle agua y entre las cosas que llevó en un bolso tejido que le habían obsequiado una de las nativas, había unas plantas que el koala sabio le proporciono con propiedades curativas las cuales usó con él. A parte le dio a comer frutas cercanas que consiguieron recolectar.

Posteriormente, pasadas unas horas, Myla habría un nuevo amigo que la llevaría sobre él al territorio de caza luego de haber descansado.

Al llegar, los leones la rodearon junto a su amigo. –¡Tú otra vez niña!-. Dijo el patriarca de la manada.

-No he venido a ser su almuerzo, tampoco a lastimarlos. Supe que tenían problemas con los cazadores-.

El patriarca se le acerco muy despacio. Viéndola a los ojos, produciendo en ella un pavor inmenso, pero Myla no se quebraba.

-Si, si hemos tenido problemas con los de tu raza, nos cazan solo para ellos vestirse con nuestra piel, de hecho solo por esa razón deberías alimentarnos-. Dijo el león patriarca.

-Si me comes no podrán ganarles a los cazadores, los nativos y mis amigos los animales que vistes acompañarme, hemos planeado enfrentarles, solo debemos encontrarlos-. El león patriarca miro a sus súbditos como esperando a que alguien lo aconsejase.

-Se que son fieras, pero solos no ganaran su libertad plena, debemos trabajar juntos para que ellos abandonen su habitad-.

Myla siguió contándoles su plan mientras el sol comenzaban a ponerse.

Al anochecer los animales en la aldea ya se preparaban para el día siguiente, que sería cuando enfrentarían a los cazadores.
Ya muy preocupados y casi sin esperanzas de que regresara se escuchó al elefante a lo lejos, los nativos lo visualizaron y sobre él venía niña dormida, estropeada por el viaje.

Al día siguiente el amanecer, se hizo presente, el alba iluminaba lo que sería el campo de la última batalla. Los nativos aguardaban en los arboles, no todos solo una parte.

Los cazadores que serían bastantes, casi doblaban a los nativos, comenzaron a adentrarse en el bosque para separarse y seguir abusando de lo que la tierra provee, cazando desmedidamente.

Antes de separarse escuchan una manada de elefantes cerca, se escuchan como miles de ellos los suficientes como para utilizar todo el poderío de los cazadores.
Entrados ya en la zona comienzan a llover las lanzas evitando su paso más allá, ellos solo ven a las aves coloridas todas en el suelo aguardándolos, y una de ellas, la matriarca se sonríe burlándose de esos infames hombres.

De la nada los nativos emergen de la maleza con los escudos, estos cazadores aunque son muchos, no pueden detener la estampida de los nativos. Los escudos funcionan muy bien, protegiéndolos de los disparos.
Cuando comienza la lucha cuerpo a cuerpo descienden los nativos de los arboles. Pasado unos minutos y los cazadores viéndose en desventaja por la vegetación boscosa del lugar,  se retiran a campo abierto, faltando pocos pasos para salir, pero antes de salir de la zona, una estampida de animales se comienza a escuchar a lo lejos.
Con los nativos que venían en búsqueda de enfrentarlos nuevamente y Myla, que encabezaba la estampida sobre el elefante que desplegó a un buen grupo de nativos montados en bisontes salvajes y con escudos que protegían el frente se estaban quedando sin opciones.
Mientras tanto, una pequeña parte de los leones y otros animales hicieron cara a los cazadores que quedaban en los campamentos tomándolos por sorpresa y encerrándoles en sus barcos. Así se encargarían de que todos abandonaran aquellas tierras y no quedara ningún cazador corrompiendo la zona.
Al rendirse los cazadores, abordaron sus barcos para dejar aquel pintoresco paraíso con la prohibición de volver. Estos se perdieron de vista en el mar abierto, siendo vigilados hasta ese momento por aves de la zona que darían la certeza que se irían realmente. 

Myla en la celebración al estilo de los nativos, de de algunos animales, dice:
-Deben seguir unidos, vigilantes, de sus recursos, convivan entre sí, aprendan uno de los otros y sobre todo respétense, y hagan honor a sus actos, pues como dijo alguien que me sigue formando como soy, así no lo vuelva a ver, el presente es el único lugar donde vivimos-.

El koala sabía de que hablaba, pues luego de todo el jolgorio y la amena celebración debería decirle la verdad de quien era él realmente.

Así que llegado el momento se sentó a su lado y le dijo:
-Estoy muy orgulloso de ti has logrado lo que yo en años no he podido. Yo sabía que podías hacerlo.
-Gracias. Mi padre estaría orgulloso también, si pudiera ver esto-. Dijo Myla con tono triste.

-Si estoy seguro de ello, diría algo como: ¡Bien hecho mi pequeña princesa celta¡- y allí en la magnífica noche, con un cielo estrellado el koala abrazo a Myla.

Ella con los ojos hechos lágrimas solo le dijo: -Lo sabía, solo que no quería creerlo-. Ella no quitaba su mirada del firmamento.

El koala suspiro y explicó: -…Y no debías. Por eso no te lo dije, aquí es donde te criaste jugabas cuando eras pequeña soñando con volver, haciendo las veces que venías acá, cuidando a los animales, conviviendo con los nativos. Luego me fuí-. La voz del koala se quebraba poco a poco.

-Ese día te extrañé de una manera poco usual, tu mama y yo discutíamos arduamente por ese ultimo viaje, pero nos seguíamos amando. Luego, en ese aparatoso accidente, junto antes de que todo terminara, cerré los ojos y allí estabas, con tu mamá, desde la puerta, a esta edad en la que te veo ahora agitando tu manito para despedirme. Ya, para cuando llegué aquí estaba en  esta forma y sabía porqué, sabía la falta que te hacía así que traté de mantener a raya a los cazadores pero fue imposible. Seguían llegando más y más, profanando la inocencia del bosque. Por eso si te decía, te distraerías de cuidarte, porque tú eres todo esto-.

-Sabes que siempre recuerdo, que me decías que no lastimara a ningún animal, o dañara ninguna planta, porque todo eso era uno mismo, y de algún modo me estaría haciendo daño, desde que te escuche hablar sentí que eras tú, mi papá. Tengo tantas cosas que decirte, que contarte. ¿Sabes que soy una bailarina?, todos me aplauden, dicen que hago magia sobre el escenario y que debería siempre dedicarme a ello, y me gusta, pero...-. Myla se ahogó en su silencio, sabía que estaba siendo honesta consigo misma al dudar de lo que la hacía sentir a gusto, ya que no le satisfacía completamente, haciéndolo estaba cumpliendo el sueño de su propia madre, quien no eligió seguir su sueño, sino el camino de su padre como abogada.

Durante unos segundos permanecieron callados, sin más, hasta que el padre de la niña habló.

-Pero no eres feliz bailando, yo he estado ahí, yo te he visto hacer esa magia, pero no te identificas con eso-.

- Si, así es. -Dijo Myla, que de a poco aumentaban las ansias ansias de abrazar a su papá.

-¿Recuerdas la historia que de niña te gustaba?, El Laúd de Pandora-. 

Myla comenzó a recordar lo que le sucedió en la biblioteca y le dijo a su padre:
-Antes de llegar encontré un libro con ese título en la biblioteca que acostumbro a visitar, pero no recuerdo nada de él, que de niña me lo contabas pero no lo escuché y volví a ver el cuento en casa-. El padre de myla le tomó la mano y comenzó el relato.

El Laúd de PandoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora