La Luna sonreía como el sol.
El Sol lloraba como la luna.
Las Estrellas ancianas los acompañaban con sus desentonadas melodías.
El Cielo se había tragado el azul de los océanos de la Tierra y los había escupido de un color más oscuro.
El Universo sonrió cuando vio como de todos brotaba sensibilidad y hoyos negros.
Y entonces, Venus nació.
...
El universo existía desde antes, sí. Pero cuando Venus le sonrió a las Estrellas, este cobró vida. Todo cobró vida. Los planetas se miraron, se cantaron, se lloraron, y se recitaron mil poemas. El Sol dejó de quemar y la Luna comenzó a reír.
Saturno y Júpiter ya se amaban, pero gracias a Venus, quien era toda su inocencia, pudieron tatuarse los secretos del otro.
Mercurio ya podía escribir historias con sus besos, y a los demás les encantaba.
Neptuno vivía en la desesperación y el engaño, odiaba el Universo y se odiaba a sí mismo. Pero preferiría eso a no vivir del todo.
Urano estaba enamorado de la Tierra, y cuando Venus, el ángel espacial, sonrió; la Tierra lo miró.
El Sol y la Luna, eran opuestos. Y amaban odiarse por haberse robado el brillo del otro. El brillo que mutuamente se daban, pues nadie más podría hacerlo.
Plutón vivía en la nostalgia, él había sido exiliado por creer, por ser, por vivir, por respirar. Plutón había sido exiliado por la libertad. Porque todos anhelamos libertad, pero en dicha búsqueda, nos condenamos. No hay libertad sin condena, y nadie logra escapar de allí.
Plutón alguna vez fue Venus.
Y de alguna forma, todos los planetas estaban muertos (porque estaban muriendo, y la verdadera muerte es el camino hacia ella, no la llegada, y ni hablemos del regreso).
Marte era la única que lo aceptaba. Tal vez por eso seguía viva.
Y al final, Venus no fue quien se quedó. Fueron las estrellas.