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Los demás planetas no prestaban atención a Venus, creían que era otro puño de estrellas que se rompería pronto. Pero incluso si eso era, Júpiter y Saturno no separaron sus manos de él jamás. Una vez que los tres habían entrelazado sus humildes y finos dedos, nadie los vio de nuevo.

Algunos dicen que cuando Júpiter lloraba, Saturno lo abrazaba por atrás, le susurraba con voz grave y delicada que lo amaba más que a nada, que era su razón para vivir, pero que ahora no era la única.

"¿Quién me ha quitado mi único puesto en la vida?" Sollozaría.

"Nadie, mi amor. Es solo que ahora, también quiero vivir por Venus. Y por mí". Le respondería.

"Me hace feliz que quieras vivir, ahora que me lo has explicado". Secarían ambos las lágrimas de Júpiter. "Aunque debo admitir que era agradable tener mucha más atención". Reiría tiernamente, como solo él en todo el universo, sabe.

Y entonces, ambos se tomarían las mejillas y las manos, y se acercarían a sus labios con premisa. Se besarían como si su vida dependiera de ello. (Pues de ello depende, un momento es todo el tiempo que tenemos) Y Júpiter y Saturno, se dejarían ser en el otro, se dejarían quitar los trajes, se dejarían besarse el alma con los labios y tocarse hasta el más frágil de sus anhelos, mientras uno tras otro soltaba los más exquisitos canticos a sus oídos. Es que eran canciones de amor, sin nada de pureza, pero con toda la pasión.












Esa vez, y no ese día o noche, los dos planetas más juzgados de la creación, se impregnaron en el sudor del otro. Frente a todos los hoyos negros, frente a todas las estrellas y frente a todas las galaxias que crearon. Esa vez, y no esa tarde o mañana, se gritaron todas las cosas malas que habían hecho, todo aquello que les daba vergüenza, todo aquello que los hacía sentir sucios. Y entre besos y caricias, se limpiaron y se amaron igual. Esa vez, y no ese pronto o nunca, existieron tanto en el otro, que incluso el cielo se enamoró de su amor.





























¡Cómo se amaban Júpiter y Saturno, cómo!

Ni la Tierra ni Urano podrían superarlos.

¡Qué ignorantes eran los de la galaxia!

Que preferían mirar, a sentir de lejos.

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