Cuando nació Venus, Urano le estaba cantando a la Tierra, y todos celebraban felices.
¡Urano se ha enamorado!
¡Y la Tierra nos está mirando!
Pero Júpiter y Saturno miraban desde lejos un pequeño brillo, demasiado blanco, demasiado puro. Era un rostro sublime, tallado por las mismas estrellas. Tallado por el cielo de las estrellas. Alguien allí veía todas las cosas más raras. Estaba intentando sonreírle a los colores y reírle a los hoyos negros. Sus ojitos tenían unas pestañas diminutas, pero, ¿por qué eran lo que más destacaba?
"Creo que el Sol nació después de la Luna". Habría dicho Saturno.
"Creo que el Universo nació después del Sol". Hubiese respondido Júpiter.
Y cuando sus miradas se hubiesen perdido suficiente en la del otro, dirían:
"Entonces, ¡existió Venus!" Y comenzarían a gritar acerca de él, a llorar galaxias, y todos los mirarían como los locos que eran, excepto la Luna. Y Venus les sonrió, solo a ellos dos, los llamó y les dio la mano. Y nació allí el más inocente de los amores.
Pues Venus no nació, él existió. ¡Oh Venus! ¡Solo tú sabrías, Venus! Habría dicho la Luna, gritando lágrimas, sollozando mares.
Oh Venus...