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Siempre solía estar en el patio de afuera, lejos de su hermano y de su padre.

Solía caminar por el patio de aquel apartamento, mientras veía a los demás niños jugar con naturalidad en el sector de juegos del parque.

Quería hacer eso.

Correr, saltar, reír, llorar.

Siempre era lo mismo en ese parque, inundado de felicidad, mientras que él solo conocía dicho sentimiento al descubrir aquel postre de café que su madre le dio tras una disputa con su padre sobre gelatinas.

Él solía ir y sentarse en el arenero, para jugar con su camión de juguete, como cualquier niño de su edad lo haría.

Su madre estaba detrás suyo, incitandolo a jugar y divertirse, vió como se sentaba en una banca charlando con otras madres sobre sus perfectos niños y lo bien que le iban en el jardín de niños.

Valla patraña, ni que fueran genios solo por aprender a escribir su nombre y dibujar a su familia en formato de palo.

Él a su primera semana ya dijo su primera palabra y su madre no lo presumía en absoluto con nadie, porque era un secreto.

Llego a aquel arenero, un cuadrado de madera impedía que la arena fuera por cualquier sitio, dejo su camión en medio de la arena, y empezó a imaginarse que castillo haría.

De no ser, por escuchar las risas de ciertos niños que estiraban el cabello rojizo de una pequeña quien lloraba desconsoladamente. ¿Dónde estaba su madre?.

Los niños hacían comentarios por su cabello, era muy largo para una niña, y era extraño el color rojo en el pelo.

No podía decir mucho, él tenía el cabello rosa.

Se levantó del arenero con un castillo a medio hacer, con pasos lentos caminó hacia los niños quienes estiraban tan sedoso cabello sin piedad.

Ojos amielados cristalinos fue lo que conectó con su violeta mirada, su corazón dio un vuelco y sus mejillas se tornaron en un rosado suave, como una deliciosa suave crema de frutillas.

Lineas de agua salada marcaban sus pálidas y regordetas mejillas, la niña estaba pidiendo ayuda mentalmente a su hermana, quien se estaba besando con un chico bastante apartados de la zona de juegos.

____ Najimi, una japonesa peculiar, movía sus pies rápidamente para patear a cualquiera que estuviera cerca, sus brazos estaban atrapados por un par de niñas quienes decían que debían cortar su cabello, para que sea normal.

Debió suponer que no tenían tijeras así que por eso estaban queriendo arrancarlo de sus, ahora ya no tan, perfectas dos coletas.

Un movimiento, y los niños salieron corriendo de allí, temerosos y despavoridos.

El había casi mandado a volar de un empujón a un niño quien le había querido golpear con su puño para que se valla de allí, no quiso ser tan brusco si idea era detenerlo y seguir para ayudar a la niña, pero no salió como esperaba.

Por suerte no lo mando al otro lado del mundo, apenas lo logró tocar y él cayó cerca del arenero, que estaba a un par de metros de ellos.

La pelirroja lo observaba con admiración, sus coletas estaban desarmadas, su ropa estaba sucia y mal acomodada, y su rostro tenía un pequeño moretón en su mejilla derecha, estaba tirada en el suelo apoyándose en sus codos, la habían tirado para atrás antes de huir.

Extendió su mano, ella dudó exactamente cinco segundos hasta que por fin tomó su mano, y con un pequeño impulso, se levantó.

Sabía que su madre los estaba observando desde atrás, casi llorando de la emoción.

Ambos sonrieron, y ese fue el comienzo.

Donde Saiki Kusuo, quería captar a toda costa, la atención de ____ Najimi, una niña con un peculiar cabello rojo.

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