Día 39, semana 6.

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     De una a otra extraña manera me encontraba jugando a las damas chinas con Namjoon ya que las instrucciones y reglas del juego eran muchísimas más sencillas a comparación del ajedrez.

     El pelirrosa había hecho a un lado la comida en la mesilla que regularmente colocaban en mi regazo cada que tenía que comer para poner sobre ella dicho juego con su tablero y fichas circulares.

     Ya iban por la cuarta ronda cuando decidí preguntarle aquello tal y como lo ha hecho con todos.

     —¿Cuánto llevamos de pareja?

     Tenía que recabar información.

     Nam me sonrió. —Tres años, este año cumplimos los cuatro en verano.

     Hice un sonido pensativo por lo bajo.

     —He ganado.

     Miré el tablero, y sí. Se había comido la mayoría de mis fichas. Ahora íbamos empatados.

     —¿Jugamos otra ronda?

     Antes de que incluso le mostrara mi emoción por seguir jugando, él habló primero.

     —Claro que sí, tu puedes jugar por horas este juego y nunca aburrirte.

     Lo miré curioso. —¿Por qué lo dices?

     —Te gusta mucho este juego. Siempre que llegaba de servicio venias con la caja a pedir una ronda por lo menos.

     Me mordí los labios ocultando una risa. Pero es que era adictivo dichoso juego. Te hacía pensar. Competitivo.

     —Perdona.

     Él negó después de interpretar lo expresado en mis manos. Pellizco mi mejilla en un gesto cariñoso, pero se quedó como estatua cuando se dio cuenta de lo que hizo. Le sonreí tratando de trasmitirle de que no me incomodaba. Y no mentía.

     Me gustaba esos arrebatos que tenía y hacía de manera inconsciente. Como el tocarme y eso.

     «Es que soy irresistible, lo sé. Lo traigo loco» me regocijaba.

     —¿Cómo me lo pediste?

     Se quedó confundido un segundo ante la pregunta que saque de la nada. —¿Qué cosa? ¿Salir?

     —Sí.

     —Fue el día de tu graduación. Hicimos una cena.

     «Ay, que cabrón fui» me dije.

     Ojalá pudiera recordar ese día para saber cómo demonios lo dividí con los seis, y haber tenido el tiempo suficiente con cada uno de ellos para aceptar salir con todos sin que se me juntaran o se dieran cuenta de mi infidelidad.

     «¿Qué clase de ninja o samurái soy?» me pregunté, y un nuevo pensamiento vino a mi mente causándome escalofríos: «Y si... ¿Y si ellos o por lo menos uno de ellos es consciente de que les soy infiel?».

     Negué con la cabeza desechando esa idea.

     «No, eso es absurdo» bufé. 

¿No me recuerdas? || VharemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora