Pablo miró a su secretaria un poco disgustado, de todas las mujeres que habían pasado por esa oficina, esa era la que mejor se adaptaba al perfil que buscaba para reemplazarla cuando ella se jubilara y casi había huido despavorida de la sala de reuniones.
Lena pisó la acera con los ojos húmedos, creyendo que había hecho el ridículo, caminó varios kilómetros pateando piedras, mirando vidrieras y alimentando gatos callejeros, siempre llevaba una bolsa de alimento en su morral, era su terapia para superar la "depresión post—entrevista fallida".
Su teléfono comenzó a sonar y atendió, a pesar de su regla de no aceptar llamadas de números desconocidos. En tres ocasiones la habían timado, diciendo que habían secuestrado a un familiar y le habían robado todo su dinero.
—Buenas tardes —dijo una voz de mujer al otro lado de la línea —. Necesito hablar con Malena "Figueroa". Estoy llamando desde la oficina de recursos humanos de "Digital Travel".
—Yo... yo soy Figueiroa. Soy Malena Figueiroa.
—Señorita Figueiroa, necesito que mañana se presente en la empresa con su identificación en mano y en ayunas ¿Puede a las seis de la mañana?
— ¡Claro! Mañana a las seis, entonces.
— Muy bien, que tenga buen día.
Saltó de la felicidad, después de todo no era tan idiota como pensaba. Agarró a un gato por las patas y empezó a girar, hasta que el animal le rasguñó los brazos y tuvo que soltarlo.
Llegó a casa haciendo un gran escándalo, cantando como una loca. Pelusa que atendía a una de sus clientas asomó la cabeza para ver a Lena.
— ¡Hola, Bebé! ¿Ya tenemos trabajo nuevo? —gritó con su tono de "fancy" sobreactuado.
— ¡Soy una amenaza, Peluche! Desde mañana voy a manejar la correspondencia de "Papu Castro".
Entró al estudio de Peluche, el único lugar de la casa que no presentaba rasgaduras en las paredes, manchas de moho o goteras, era como entrar a Narnia.
La señora sentada en el sillón de peluquería, la miró con una sonrisa y la saludó. Una mujer mayor, que en su juventud podría haber arrancado miles de suspiros. Ahora intentaba frenar el paso del tiempo con tinturas, tratamientos "anti— age" y rellenos experimentales.
— ¿Lo viste? —preguntó Peluche, llevando un mechón de cabello de la señora a su mano y cubriéndolo con tintura.
Lena se sentó en el sillón libre y dio una vuelta completa.
—Lo vi, hablé con él, con su secretaria. No sabes lo que es ese hombre, las fotografías de las revistas no le hacen justicia, tiene los ojos más hermosos que haya visto. Es alto, pero no tanto; se ve bien, huele bien y podría matar a Peluche para conseguir uno así. Hace una hora me llamaron para decir que fuera mañana a las seis en ayunas.
—Voy a llorar, mi nena se va para arriba —dio un alarido —. Después de tanto trabajo.
Peluche había cuidado de Lena desde los trece años cuando sus padres murieron ayudando a rescatar personas en el derrumbe de un edificio. Su hermana había decidido mudarse con sus abuelos que vivían en Canadá y Lena quedarse en casa con Peluche que era el mejor amigo de su mamá, además siempre sospechó que también estaba secretamente enamorado de ella. A veces lo encontraba en silencio, parado frente al retrato de su madre, como teniendo una charla silenciosa con ella.
Peluche, tenía su propia peluquería y siempre decía que ser gay era su mejor presentación, porque ninguna mujer le confiaría su color a un heterosexual. Lena sabía muy bien que no era gay y creía que todo era una excusa para no tener que salir en citas con mujeres y traicionar el amor que tenía por su madre.
—Tampoco exageres, solo voy a repartir paquetes y entregar correspondencia. Comprar café y comida... —Dio otra vuelta en la silla —. E ¡Intentar conquistar al jefazo para que me trate como Christian Grey a Anastasia!
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Al día siguiente despertó cuando recién empezaba a asomar el sol, el reloj de su mesita de noche marcaba las cuatro y media. Arrastró los pies hasta la cocina, encendió la máquina de café y volvió a apagarla al recordar que debía ir en ayunas a la empresa.
Se preparó lo más rápido que le permitió el sueño, no sabía qué ropa debía usar un cadete, así que optó por un outfit náutico, jeans blancos, remera a rayas y zapatillas de lona.
Su cabello lacio siempre terminaba tomando la forma que quería así que lo ató en una cola alta con una linda cinta roja formando un moño.
Pablo, intentaba no quedarse dormido mientras leía aburridos informes de mercado, cada tanto daba un sorbo a su taza de café, aunque la cafeína no cumplía con su trabajo. Hasta que el sonido de unos pequeños golpes chocando contra la madera interrumpieron su cabeceo.
—Disculpe, Sr. Castro —dijo Lena asomándose tímidamente —. Le traigo su correspondencia ¿Va a tomar café?
— ¿Qué haces con ese carro? ¿Cómo es tu nombre?
Lena sintió que se había equivocado, que ahora caía en la cuenta que era demasiada felicidad que la contrataran.
—Figueiroa. Malena Figueiroa, señor.
—Malena —repitió —. ¿Cómo te dicen?
—Me dicen Lena.
—Perfecto. Lena, no te contraté para esto.
— ¿Ah, no?
— ¡Claro que no! Te postulaste para ser mi secretaria ¿Cierto?
— ¡Ah sí! Su secretaria.
—Busca a Sofía, ella te va a decir cuando comienzas y qué tienes que hacer.
Lena, dio la vuelta para salir de la oficina, sin embargo, volvió al escuchar su nombre. El hombre empezaba a darle escalofríos,
—Pida que le den un uniforme. Esa ropa no es apropiada.