Capítulo 3

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Narra Janoj
Las medidas tomadas por Calic, el año pasado, no prevalecieron por mucho. De alguna forma el destino se la jugaba en acercarnos, como un niño intentando juntar los polos iguales de dos imanes.

Para su cumpleaños, que cayó en día de clases, decidí darle algo sencillo. Pensé en qué podría darle, no conocía sus gustos, así que opté por unos chocolates y un pequeño poema. Ese día me desperté temprano y fui de los primeros en llegar, para reservar un buen asiento en el salón, el corazón me latía a mil. Cada vez que alguien entraba en el aula, miraba a ver si era ella, así anduve durante unos minutos, hasta que llegó. Quedé anonadado ante su presencia, sus hermosos cabellos y sus sonrisa radiante. Pronto me puse en acción, abrí mi mochila, y tenía el regalo a la mano, pensando en si dárselo ahora, frente a todo el salón, o buscar alguna otra ocasión. Todo esto mientras su círculo de amigos la abrazaba y felicitaba. Empecé a pensar, que lo mejor era esperar otra ocasión, o quizás ni entregarle el regalo. Los nervios me consumían y empezaba a sudar. En un momento mágico, ella se acercó al lugar donde me encontraba. En un impulso de valentía le toque el brazo, puesto que no fui capaz de pronunciar su nombre. Ella se giró. Sentí el tiempo ralentizarse, petrificado ante aquellos tiernos ojos verdes. Me acerqué lentamente a su mejilla y le di un torpe beso, en su suave piel. Feliz cumpleaños, le susurré nervioso de la cercanía de nuestros labios y le di el regalo. Ella no dijo nada, parecía sorprendida de lo sucedido. Rápidamente me retiré, buscando mi asiento, para acurrucarme y morir de la pena. Pero vaya sorpresa, habían ocupado mi asiento. Sin pregonar mucho, busco otro y disimulo lo anterior. La incomodidad y nerviosismo me acompañó por el resto de la jornada. Al finalizar, fui de los primeros en salir, en busca del lugar seguro, al que llamaba hogar.

Así comenzó aquel año, quizás el mejor y más alocado de todos. Los compromisos académicos me permitían hablar de vez en cuando con Astrid. Tratando de no quedar como un tonto, ni de mostrar que me moría de la felicidad, mientras mi corazón latía tan fuerte, que sentía que tendría un paro cardíaco.

En unos de esos trabajos, conocí su casa, era minimalista y elegante, quizás porque recién se habían trasladado allí. Me parecía un lugar hermoso y acogedor. A lo mejor era el aura que ella transmitía, quizás Astrid, tenía tanta belleza que las cosas a su alrededor parecían más bellas.

Cuando se agotó un material, fui a comprar más, y aprovechando la situación también compré algunos dulces, con la intención de compartirlos con ella. Era un regalo discreto.

La dificultad este año había crecido en un nivel muy grande, aunque rápidamente me adapté, así que mi fama de nerd, aumentó de igual manera. Gracias a ello, pude pasar mucho tiempo junto a ella. Me ponía feliz y me encantaba ver su sonrisa y su carisma.

Pero no fui el único beneficiado del aumento de complejidad. Stan también era listo, así que nuestra rivalidad también creció. Éramos los mejores. Por ello, Astrid también estudiaba junto a él. Así que aquí estábamos el popular contra el nerd.

Memorias de un amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora