Tus frutos prohibidos

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Si me dejas pasar a tu jardín, con piedad

morderé la manzana y todos los frutos

me revolcaré en la savia de los árboles,

me regocijaré en el conocimiento de mi paladar.

Me pedirás aterrado, babélico, que me marche,

que no me acerque a profanarte, a saborearte

pero sabiendo que te observo haya donde vayas

desde la valla que ha bajado la guardia al verme,

tal vez retires los candados de la entrada,

y me dejes abrir tu fortaleza, pero no,

no creas que te estoy asaltando,

porque un intruso puede entrar con la llave, si la tiene.

Me advertirás de que no toque tus frutos,

prohibidos por tus sagradas reglas, reales en apariencia

pero no hay nada más sagrado que la verdad,

la que delira en tus placeres, por mis dentelladas.

Al caer los restos, las semillas se desprenden,

y aunque duela al principio que la piel se quiebre,

la lluvia, las desgracias, fortalecen lo que va a llegar.

Magia para ambos, alimentos para el corazón,

más recios, enérgicos, cargados de vida eterna

sanadores del pecado original,

el sacrificio necesario para la libertad.

Al final algo de dolor valió la pena,

dejar que el futuro devorara el miedo,

el mismo que trató de proteger a los núcleos

fructíferos de su mejor versión, de su duelo.

Cuando me encuentreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora