Destrucción en cadena

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Nota de la autora: el siguiente capítulo, tiene alto contenido de relaciones sexuales hombre x hombre. Si no es de tu agrado ese tipo de contendido, por favor pasa de largo en esa parte. Gracias. 


El Hechizo de las Mariposas

Basado en el anime de Yu-gi Oh!

Seto x Joey

Capítulo 4

Destrucción en cadena



¡Sígueme! ¡Sígueme! mientras viajo a la oscuridad...(*)





El humo denso, las arenas revueltas, el incesante y detestable olor a sangre, llegaban a la humanidad de Zehit, en dolorosa sinfonía de tragedia. Sin bajarse aún de su corcel, no podía ver más a lo lejos que muerte y desolación. No sabía cómo interpretar aquello, jamás tuvo un presagio ni siquiera una corazonada de lo que se iba a encontrar ahí. Sus ojos oscuros buscaban una explicación para lo que pudo haber sucedido en esa pequeña aldea, dedicada a la artesanía. 
Se sentía sumamente afligido, pues se había dirigido a ese lugar con la intensión de dar a conocer a los que vivían ahí, la unificación de Egipto, y pedirles además, que le confeccionaran en bronce uno de sus brazaletes con el símbolo del nuevo Faraón: El ojo de Ra

Lentamente junto a sus sirvientes, bajó de su caballo. La peste se elevaba de manera inigualable por el aire y muchos de los que seguían al hechicero, no pudieron acompañarlo muy lejos. Procuraba caminar por entre los escombros y los muertos sin tocarlos, pero le resultó muy difícil, los había por doquier. Zehit levantó su rostro al cielo, intentando preguntarle a Ra que era todo eso que estaba viendo. Con su pecho descubierto, los brazos tapizados en brazaletes de oro, los dedos engalanados en finos anillos, y el tocado de su cabeza, del cual sobresalía una dominante cobra, Zehit, decidió deshacerse de toda esa envestidura de metal dorado para seguir adelante, y así, dar sus condolencias a los muertos con quienes se tropezaba. Las casas fueron por completo calcinadas, y le fue fácil suponer que las personas dentro de ellas habían sufrido la misma suerte. Qué triste reporte el que iba a llevarle el Visir hechicero, al Faraón.

—Mi señor Zehit, será mejor que nos vayamos, esta gente puede tener sobre sí alguna maldición. Se es sabido que esta aldea, guardaba secretos de magia a su majestad.

Zehit no escuchó las palabras de su sirviente. No tenía tiempo para pensar en lo bueno o lo malo de la situación. Quería explicaciones y no saldría de allí sin al menos una. Por fin y entre toda aquella destrucción, logró divisar la calle principal. A lo lejos distinguió el templo de Horus, que para fortuna parecía no haber sufrido daño alguno. Supuso, que el pueblo fue saqueado y por eso lo encontró en tal estado. Al fin y al cabo eran los artesanos más populares de los dos Egiptos y a ellos por obligación les llegaba el oro para su trabajo.
Los pocos sirvientes que aún le seguían iban a paso prudente de Zehit, si algo sucedía, sabían que para el Visir no sería una dificultad salir airoso. Pero su ahora Visir estaba devastado. Sus ojos oscurecieron aún más de lo que ya eran. Ni siquiera había visto tal barbarie cuando él mismo se iba de batalla, y no pensó encontrarla ahora que todos estaban en paz.

Al dar unos pasos en el templo, tuvo que descartar la teoría del saqueo, pues las riquezas dentro de aquel, estaban intactas. No se habían llevado ni siquiera una de las innumerables antorchas adornadas de oro que rodeaban el templo. Los hombres tenían mucho miedo, pensaban que en cualquier momento saltarían de los muros los mismos que hicieron eso a la pobre gente que murió en ese lugar. Nadie había notado algo curioso, pero hasta ahora los cadáveres eran de hombres. De igual manera no había mucho tiempo para pensar en medio de tanto temor. Zehit se adentró por completo al templo, se inclinó a saludar a su padre el Sol, y decidió buscar la cámara donde estaba la efigie de Anubis, para poder preguntarle qué era lo que había sucedido allí.

Toda su determinación quedó reducida al temor más increíble que había sentido en su vida, ese temor que erizaba la piel y hacía temblar las manos. Los sirvientes enloquecieron en gritos y al final decidieron tenderse al piso para orar al dios Sol, que los salvara. A diferencia de sus súbditos, el hechicero no pudo ni moverse ante lo que estaba viendo. El aire tenso comenzó a asfixiar aquel lugar, el olor a carroña se hizo aún más penetrante y algunos de los enloquecidos sirvientes agonizaban en un espumoso vómito verde. Inmenso como cualquier estatua allí erguida, un ser de negrura absoluta, parecido a un ave gigantesca y con los ojos rojos, había salido a atacarlos. Al menos ya parecía que el responsable de la masacre daba la cara.

El ser no se había movido, pero Zehit sabía que el colosal monstruo, los acabaría en cualquier momento. Lo más terrible fue cuando de su pico salió descomunal chillido, que reventó los tímpanos de los ya aquejados sirvientes. Zehit no soportó más, levantó su brazo y extendió los dedos de su mano frente a la criatura que se le presentaba.

El hechizo de las mariposas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora