Capítulo 8

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 Se sentó en la terraza, el cielo estaba repleto de hermosos cristales. La rubia, con un bolígrafo en mano, y en sus piernas; un cuaderno.

Comenzó a escribir...

Querido Maka...

Al principio, pensé que me estaba volviendo loca. Comencé a ver figuras, pensé que eran fantasmas, en su momento lo ignoré por completo, pues a nadie le agradan las locas, decidí guardármelo, y solo compartirlo contigo.

El tiempo transcurrió, y estas figuras cada vez las veía más seguido. Pero no les temía, tú me enseñaste a ser valiente.

Las miraba a menudo en lugares específicos, luego, la curiosidad se apoderó de mí; fue entonces que empecé a prestar atención a tales figuras. Me di cuenta que no se trataba de ningún acto paranormal como fantasmas, si no, recuerdos. Recuerdos que en su momento; cuando estaban siendo grabados, lloré, tenía miedo, sufrí, solo quería morir. Y solo tu estabas conmigo, solo tú; me escuchabas. Pero ahora, reproduzco los recuerdos sin temor, sin tristeza, sin ningún remordimiento por la pequeña Kate, por la dulce y tierna Kate. Y al ver esos recuerdos, se ven tan vacíos y grises; como una nube.

Muchas gracias Maka, por estar conmigo.

La rubia al escribir la última frase, soltó un par de lágrimas en aquellas hojas marrones y un tanto carcomidas por su antigüedad.

Kate, luego de desahogarse de todo lo que había vivido esta semana, todo lo que había visto y sentido. Se dirigió a la habitación de Maggie. Llevó a la anciana a la mesa, se sentó junto a ella, y cenaron; sin que ninguna de ellas dijera una tan sola frase. Acabada la cena, Kate recostó a la castaña.

La rubia bajó al sótano, lo que ella vio; era una imagen terrible, para cualquiera que tenga un corazón con sentimientos. Pero ella, estaba maravillada. Enormes lagunas de sangre coagulada, los dos seres que se encontraban adoloridos; con sus ojos hinchados y que aún sollozaban. Era encantador verlos ahí; descubiertos, sumisos, bajo su control.

El bombillo había explotado dentro del oficial, provocando que brotara un caudal de sangre, era todo un espectáculo, parecía una fuente. La rubia encantada de poder presenciar todo en primera fila.

Ella sabía que si lo dejaba así, no sobreviviría. Tomó lo que restaba de la bata de Maggie.

—Abre las piernas. —azotó el trasero de Scott.

Scott, con temor, separó sus piernas, las cuales; temblaban como si fueran gelatinas.

—Detendré la hemorragia. —llenó el hueco con el pedazo de bata—. Listo, mañana estarás mejor.

Scott gimió.

—¿Por qué eres así?

—Scott, si no te hubieses entrometido, no estuvieras aquí, ella tampoco.

—Dime, ¿Por qué lo haces? ¿qué ocurrió?

—No abras algo que no podrás cerrar.

La rubia se retiró, y fue a descansar.  

AHORA, YO CUIDARÉ DE TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora