Cassandra

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Sueño.

Dos días sin pegar ojo.

Mis ojeras llegarán a la punta de mis pies a este ritmo, pero no puedo hacer nada.

La noche cayó hace un tiempo y se escuchan grillos entre los ronquidos de mi familia. De la fiesta solo quedan los restos de la fogata y los guardianes preparándose para continuar el camino. Pronto vendrán a llamarme, supongo.

Habíamos parado en un pequeño claro en el bosque. Todos los carros estaban en círculo alrededor del fuego. Los míos ya entraron a dormir; o a intentarlo. Me coloqué mejor los vestidos, ajusté mi mantón morado y me pasé los dedos por mi largo pelo violeta antes de meter la mano en el bolsillo y coger las cartas. Caminé de mientras al carro de mi familia y moví la tela de la entrada. Allí, apretados como sardinas entre todos los materiales, mis hermanos y mi madre dormían sobre muchas mantas y cojines. Me quedé observando un poco disgustada el espacio sobrante de la derecha, intacto, abandonado.

Suspiré y volví sobre mis pasos con un bostezo. Bajo la luz de la luna pude ver a los ancianos discutir mientras ataban todos los bueyes. Algunos se habían esparcido en busca de más pasto, así que no era de extrañar ver a mis primos mayores ayudarles.

¿Cuántos somos? Puede ser una pregunta tanto buena como mala, como preguntarle a un mercader cuánto oro gana a la semana. Mi familia se inició hace cinco generaciones. No quiero decir que antes no existieran los Holimion, sino que gracias a Ibellion iniciamos nuestro camino como comerciantes. Era un elfo muy carismático según me dijeron. No tardó en encontrar una bella señorita dispuesta a irse de viaje junto a él y su extenso rebaño y tener muchos hijos. Sus nietos son nuestros ancianos, venerados por todos; ellos llevan el control de la familia. 

Cuando era pequeña recuerdo haberme colado en sus reuniones y ver por lo menos a veinte. Desgraciadamente el tiempo pasaba muy rápido para algunos y solo nos quedan ocho: cinco elfos y dos semielfos. Uno se puede imaginar la cantidad de primos y tíos que tengo. La mayoría de nosotros son humanos, excepto mi familia más cercana, que somos semielfos, algún tiefling y el grupo de elfos. Viajamos todos juntos, cada uno dedicándose a lo que más quiere, con el único objetivo de conseguir dinero y sobrevivir.

Me quedé pensando hasta que oí mi nombre en una voz profunda y ronca. "Cassandra, ya estamos preparados. ¿Cómo te sientes hoy?"

Normalmente todos se preocupaban por mi falta de sueño e intentaban tratarme mejor que de costumbre para que no me alterase demasiado. No respondí, simplemente ofrecí una sonrisa a mi preocupado abuelo y subí al carro de los ancianos, el más grande. Él me siguió y se sentó a mi lado. 

Antes de comenzar la marcha comprobé los puestos de todos los guardias. Generalmente el más fuerte de cada núcleo familiar se ocupaba de custodiar su carro y así se cumplió, a excepción del nuestro, que lo cuidaba uno de mis primos.

Empezamos a caminar tranquilamente siguiendo el curso del río. Un carro tras otro. Miraba al horizonte con el sonido sordo de los bueyes de fondo. Toda esta calma era lo único que daba vida a mi insomnio. Me evadí hasta que una mano tocó mi mejilla.

- Cassandra, ¿qué te preocupa?

Los grandes ojos de mi abuelo brillaban bajo las estrellas, verdes como el musgo. En ellos, por un momento, reviví mi peor pesadilla. Con el pulso acelerado pero manteniendo la imagen, respiré profundamente y volví a mirar al cielo.

- Sabes que me gusta la noche, abuelo.

- ¿Te han dicho algo las cartas?

- Me dicen siempre muchas cosas, pero suelen ser buenas. Solo espero llegar pronto a la ciudad a ver si consigo dinero.

- Un día tienes que enseñar a este viejo arrugado qué significa todo eso del tarot...

Todas las noches me decía lo mismo. Es posible que piense que me olvido de sus peticiones. Cuando decidí dedicarme a las tiradas él fue el único que me apoyó, pero nunca voy a hablarle de este oficio. El primer motivo es que mi falta de sueño también me quita paciencia. El segundo es más complicado.

Mi padre, un semielfo fuerte, guardián entre otros de mi familia, me llevó una noche a lo más profundo del bosque y me presentó a los dioses. Aún no sé cuáles fueron sus intenciones o si acaso sabía los riesgos que tomaba. Me colocó en el centro de un círculo de culto y comenzó a rezar hasta que mis cartas salieron de mi bolsillo y se extendieron delante de mí, imbuidas de un aura morada. Entonces, le oí gritar y corrí a su auxilio. En su pecho se teñía de sangre la figura de la muerte y sus ojos, verdes como el musgo, quedaron vacíos.

Suspiré. Una noche más, algo dentro de mí se rompió.

-Algún día, abuelo. Tal vez cuando me sienta con más fuerzas.

MultiplanarWhere stories live. Discover now