Cuando era niño, mi abuela me hablaba mucho sobre fantasmas.
Ella podía verlos. Mi padre también.
Yo no podía, porque no era como ellos.
Pero yo tenía que vivir con otro tipo de fantasmas muy diferentes.
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Primer relato...
Pero no tardaron en mostrarse como eran en verdad.
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En ese tiempo lo único que conocí fue el dolor. Y todo por culpa de esos seres malignos.
Estuve despierto noches enteras, incapaz de dormir en medio de las torturas de M y D.
Llorar durante horas se convirtió en un hábito. Mis fantasmas internos permanecían a mi lado hasta que el llanto se convertía en migraña, y solo los analgésicos estaban allí para consolarme.
Una inexplicable sensación de terror estaba tan presente como los fantasmas que me atormentaban. Solo el repugnante humo de los cigarrillos era capaz de ahuyentarla, aunque no por mucho tiempo.
¿Qué se sentía tener motivos para reír? ¿Qué se sentía estar a gusto contigo mismo? ¿Algún día volvería a ser capaz de ver las cosas hermosas de la vida?
Me aterrorizaban. D y M disfrutaban de mi temor, de mi dolor.
Y al final terminaron por tomar el control de mi persona.
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