𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈

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El día presente.

JungKook MacKeltar caminaba como un hombre y hablaba como un hombre, pero en la cama, era un animal salvaje.

La abogada criminalista Katherine O'Malley llamaba a las cosas por su nombre, y ese hombre era Sexo a secas, con una S mayúscula. Ahora que se había acostado con él, estaba arruinada para otros hombres.

No era justo que él se viera de esa manera, con su cuerpo esculpido, la piel vertida como terciopelo de oro sobre sus rasgos acerados y cincelados, y su sedoso pelo negro. O la sonrisa tan perezosa, completamente arrogante que ofrecía el paraíso a una mujer. Y lo entregaba. Cien por ciento de satisfacción garantizada.

No eran incluso los exóticos ojos dorados bordeados por gruesas pestañas negras bajo sus cejas sesgadas.

Era lo que le hacía.

Él era sexo como nunca había tenido en su vida, y Katherine había mantenido relaciones sexuales durante diecisiete años.

Había pensado que lo había visto todo. Pero cuando JungKook MacKeltar la tocaba, se estremecía hasta lo más profundo de su ser. Esquivo, cada movimiento lisamente controlado, cuando él se despojaba de su ropa, se quitaba cada onza de esa disciplina rígida y se convertía en un bárbaro salvaje.

Follaba con la intensidad del último propósito de un hombre en la antesala de la muerte, a punto de ser ejecutado al amanecer. Solamente pensar en él hacía que lugares bajo su vientre se tensaran. Hacía que su piel se sintiera dilatada, demasiado tirante sobre sus huesos. Hacía que su respiración se moldeara corta y afilada.

En ese momento, de pie en la antecámara fuera de la puertaventana esmaltada de su exquisito penthouse en Manhattan con vista a Central Park, que se le adecuaba como una segunda piel, rigurosamente elegante, blanco, negro, cromo y duro, se sintió intensamente viva, cada nervio de su cuerpo electrizado.


Inspirando profundamente, dio vuelta el picaporte y empujó la puerta para abrirla.

No estaba nunca cerrada. Como si él no temiera estar a unos cuarenta y tres insignificantes pisos por encima del destello y los filos cortantes de la ciudad. Como si hubiera visto lo peor que Nueva York tenía para ofrecer y lo encontrara todo ligeramente divertido. Como si la ciudad pudiera ser grande y mala, pero él fuera más grande y peor.

Entró, inspirando el perfume sustancioso de las rosas y la madera de sándalo. La música clásica se derramaba a través del lujoso cuarto, el Réquiem de Mozart, pero ella sabía que más tarde él podría tocar a Nine Inch Nails con la misma facilidad que estirar su cuerpo desnudo contra la pared de ventanas con vista hacia el Conservatorio Water, embistiéndola hasta que gritara su liberación a las luces brillantes de la ciudad debajo.

Sesenta codiciados pies cuadrados de la Quinta Avenida en el East Side, y ella no tenía idea de qué hacía él para ganarse la vida. La mayor parte del tiempo, no estaba segura de querer saberlo.

Empujó las puertas para cerrarlas tras ella y dejó que los suntuosos pliegues de su abrigo de cuero se derramaran hasta el piso, revelando sus altos muslos coronados con ligas de encaje negro, haciendo juego con las bragas, y un breve sostén que levantaba y enseñaba sus pechos llenos a la perfección.

Vio momentáneamente su reflejo en las ventanas oscurecidas y sonrió. Katherine O'Malley se veía bien. Y debería hacerlo, pensó, arqueando una ceja, con tanto ejercicio como hacía en la cama de él. O en el piso. O atravesada en el sofá de cuero. O en su Jacuzzi de mármol negro.

Una oleada de lujuria la hizo sentir mareada, y respiró profundamente para desacelerar los latidos de su corazón. Se sentía insaciable.

Una vez o dos, había jugueteado con el pensamiento escandaloso de que él no podría ser humano. Que tal vez fuera algún mítico dios sexual o alguna criatura de una tradición olvidada por mucho tiempo, un Sidhe que tuviera la habilidad de aumentar el placer de los mortales a extremos que de otra manera jamás podrían saborear.

𝐃𝐞𝐬𝐞𝐨 𝐎𝐬𝐜𝐮𝐫𝐨.Where stories live. Discover now