𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈 (𝐏𝐚𝐫𝐭. 𝟐)

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JungKook MacKeltar apoyó las palmas contra la pared de ventanas y se quedó con la mirada fija en la noche, su cuerpo separado de una caída de cuarenta y tres pisos por un simple cristal de vidrio.

El zumbido suave de la televisión se escuchaba casi perdido en el chapoteo de la lluvia contra las ventanas.
Unos pocos pies a su derecha, la pantalla de sesenta pulgadas reflejaba dentro del vidrio brillante a David Boreanaz, interpretando a Angel, el torturado vampiro con un alma.

JungKook observó el tiempo suficiente como para ver que era un episodio repetido, luego dejó su mirada flotar suavemente de regreso a la noche.

El vampiro siempre encontraba al menos una resolución parcial, y JungKook había comenzado a temer que para él no habría ninguna. Nunca.

Además, su problema era algo más complicado que el de Angel.
El problema de Angel era tener un alma.

El problema de JungKook era tener una legión de ellas.

Pasando una mano a través de su pelo, estudió la ciudad debajo.

Manhattan: apenas unas veintidós millas cuadradas, habitada por casi dos millones de personas. Y estaba la metrópoli misma, con siete millones de personas apretujadas dentro de trescientas millas cuadradas.

Era una ciudad de proporciones grotescas para un Highlander del siglo dieciséis, una inmensidad puramente inconcebible.

Cuando había llegado por primera vez a la ciudad de Nueva York, había paseado alrededor del Empire State Building por horas.

Ciento dos pisos, diez millones de ladrillos, el interior de treinta y siete millones de pies cúbicos, mil doscientos cincuenta pies de alto, golpeado por relámpagos en un promedio de quinientas veces al año.

¿Por qué el hombre construía tales monstruosidades?, se había preguntado.

Por pura locura, se había respondido el Highlander.

Y era un buen lugar para llamar hogar.

La ciudad de Nueva York había cautivado la oscuridad dentro de él. Había hecho su guarida en el corazón que pulsaba en ella.

Un hombre sin clan, paria, nómada, se había quitado al hombre del siglo dieciséis como un tartán demasiado raído por el uso y había ejercido su intelecto formidable de Druida para asimilar el siglo veintiuno: el lenguaje nuevo, las costumbres, la tecnología increíble.

Sin embargo, había todavía muchas cosas que no entendía: ciertas palabras y expresiones lo dejaban completamente perplejo, y la mayoría de las veces, pensaba en latín, gaélico o griego y traducía precipitadamente las palabras para adaptarlas con una notable exactitud.

Siendo un hombre que poseía el conocimiento esotérico para abrir un puente a través del tiempo, había esperado cinco siglos para encontrar al mundo convertido en un lugar vastamente diferente.

Su comprensión de la tradición Druida, la geometría sagrada, la cosmología y las leyes naturales de lo que el siglo veintiuno llamaba física, habían simplificado las maravillas del mundo nuevo que él debía comprender.

Y no era porque frecuentemente no actuara como un estúpido. Lo hacía. Volar en un avión lo había conmocionado enormemente. La ingeniería y la construcción fabulosa de los puentes de Manhattan lo habían mantenido absorto durante días.

La gente, el abundante caudal de personas, lo desconcertaban. Sospechaba que siempre lo harían. Había una parte del Highlander del siglo dieciséis que nunca podría cambiar.

Esa parte siempre extrañaba los espacios totalmente abiertos de cielo estrellado, leguas y leguas de colinas ondulantes, campos interminables de brezos y las muchachas escocesas alegres y bonitas.
   
Se había aventurado a América porque había esperado que peregrinando lejos de su amada Escocia, de los lugares llenos de poder como las piedras estáticas, podría disminuir la posesión del mal antiguo dentro de él.

Y los había afectado: aunque sólo había desacelerado su descenso a la oscuridad, no los había extinguido. Día a día, él continuaba cambiando... se sentía más frío, menos conectado, menos encadenado a la emoción humana. Más dios desligado, menos hombre.

Pero cuando hacía el amor... och, entonces estaba vivo.

Entonces sentía.

Sólo entonces, no iba a la deriva en un mar sin fondo, oscuro y violento, sin siquiera un trozo insignificante de madera al que aferrarse.

Hacer el amor con una mujer alejaba la oscuridad, reestablecía su humanidad esencial. Alguna vez un hombre de apetitos inmensos, ahora era insaciable.

No soy enteramente oscuro aún, gruñó provocadoramente a los demonios enroscados dentro de él.
Los que aguardaban su momento con silenciosa certeza, su marea oscura corroyéndolo tan firme e indiscutiblemente como el océano cambiaba la forma de una orilla rocosa.

Él entendía sus métodos: el mal verdadero no asaltaba agresivamente: permanecía tímidamente quieto y silencioso... y seductor.

Y estaba allí cada día la elevada prueba de lo que ganaban, en las cosas pequeñas de las que no se daba cuenta que estaba haciendo hasta después de que estuvieran hechas; cosas aparentemente inofensivas, como encender el fuego en su chimenea con un movimiento de su mano y un murmurado trino, o abrir una puerta o una persiana con un susurro manso, o el convocar impacientemente uno de sus medios de transporte favoritos, un taxi, sólo con una mirada.

Eran cosas pequeñas, incluso triviales, pero él sabía que cosas como esas estaban lejos de ser inofensivas. Sabía que cada vez que usaba magia, se volvía un poco más oscuro, perdía otro poco de sí mismo.

Cada día era una batalla para lograr tres cosas: usar sólo la cuota de magia absolutamente necesaria a pesar de la tentación en continuo aumento; tener sexo dura, rápida y frecuentemente; y continuar coleccionando y registrando los tomos donde podría yacer la respuesta a su pregunta más absorbente: ¿existía una forma de deshacerse de los Oscuros?

En caso de que no... bien, en caso de que no...

Pasó una mano a través de su pelo y suspiró profundamente. Sus ojos se estrecharon, observando las luces oscilantes más allá del parque, mientras tras de sí, en el sofá, la muchacha dormida soñaba el sueño de los completamente exhaustos.

En la mañana, los círculos oscuros arruinarían los huecos delicados bajo sus ojos, grabando sus rasgos de fragilidad seductora. Sus juegos de cama siempre cobraban su precio en una mujer.

Dos noches atrás, Katie había mojado sus labios, y oh, tan casualmente, había dicho que él parecía estar aguardando algo.
 
Él había sonreído y la había rodado encima de su estómago. Había besado su dulce, caliente y deseable cuerpo de pies a cabeza.

Había arrastrado su lengua sobre cada pulgada, luego la había tomado, cabalgando sobre ella, y cuando había acabado, ella había gritado de placer.

Y ella, o había olvidado su pregunta, o había cambiado de opinión acerca de hacerla.

Katie O'Malley no era tonta. Sabía que había mucho más de él de lo que realmente querría conocer. Lo quería por el sexo, nada más. Lo cual era estupendo, porque él era incapaz de dar nada más.

"Espero a mi hermano, muchacha", no le había dicho.

Espero el día en que Jhonny se cansede mi negativa de regresar a Escocia.

El día que su esposa no esté tan embarazada que él tema dejar su lado.

El día en que finalmente admita lo que ya sabe en su corazón, y que sin embargo tan desesperadamente finge no escuchar en mis mentiras: que soy oscuro como el cielo de la noche, pero con unos pocos parpadeos de luz que aún brotan dentro de mí.

Och, sí, estaba esperando el día que su hermano gemelo cruzara el océano y viniera por él.

Ver el animal en que se había convertido.

Y si él permitía que ese día llegara, sabía que uno de ellos moriría.

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⏰ Last updated: Jan 20, 2020 ⏰

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𝐃𝐞𝐬𝐞𝐨 𝐎𝐬𝐜𝐮𝐫𝐨.Where stories live. Discover now