AZUL

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Siempre avanzaba lentamente, disfrutando cada segundo que pasaba allí. Sintiendo la brisa de primavera en su cara, una brisa que movía ligeramente su pelo azul, sintiéndose completamente libre. Escuchaba pájaros, el fluir del agua y amaba oler las flores después de la lluvia. Había cientos de flores en aquel prado, y a ella le encantaba recogerlas, admirarlas, aprender de ellas.

Para ella recoger una flor significaba mucho más que eso, con cada tallo que arrancaba se le aparecía una historia, como un recuerdo, que mostraba posibilidades en su propio mundo, posibilidades preciosas. En algunas flores se podía ver a ella misma cumpliendo sus mayores sueños, o compartiendo ratos con aquella persona que ya no volverá, habiendo perdido sus miedos o pudiendo decir adiós a quien nunca pudo. Eran recuerdos preciosos, y le encantaba encerrarse en ellos, navegar por cada historia y maldiciendo que no fuese real. Recogiendo cientos de flores cada primavera y aguantando el resto del año ansiosa a que llegase la primavera de nuevo. Era más sencillo encerrarse en las historias de las flores que en su cruda realidad, soñando despierta.

Un día encontró una flor especial, un tipo que nunca antes había tenido el placer de conocer, o no se había percatado. Era azul, tanto como sus ojos o su pelo, el azul del universo, de las lágrimas, o del cielo. Un color atrayente, brillante y diferente. Se acercó lentamente a ella, observándola con cautela y con una curiosidad inexpresable al no saber qué historia iba a mostrarle aquella extraña flor.

Alargó la mano, tocando sus pétalos suaves y bajando por el tallo, para cortar la flor de raíz con sumo cuidado, estaba preparada.

Esta visión le mostraba un mundo sin flores, un mundo sin poder soñar despierta, sin su vía de escape, sin lo único que le hacía feliz. Un mundo de un eterno invierno, lleno de oscuridad y sin nada por lo que tener ilusión. Por primera vez, una flor le demostró la realidad tal y como era, esto no era una historia para seguir soñando, era un tortazo para despertarse.

Lloró durante días, maldiciendo aquella flor pero sobre todo, maldiciendo su vida. Gritando, todos necesitamos algo de fantasía para no morir de realidad, pero la flor le enseñó que no podía seguir creyendo en lo único que la hacía feliz, porque solo era real en su cabeza.

Al final, comprendió que vivir es aquí y ahora, y que tenía que empezar a crear su propio paraíso, que no quería depender de flores para ser feliz, de sueños e ilusiones. Quería crear su sueño, vivir en él y sentir ilusión todos los días del año, no solo en primavera. Sus sentimientos hacia aquella flor pasaron de odio a agradecimiento.

Ya no necesitó más flores, aprendió a disfrutar del verano, otoño e invierno, vio belleza donde antes había ruinas y no cogió ni una flor más. Al final, dejó de verle sentido, todas marchitaban, esos recuerdos solo valían para un rato y ella ya no quería vivir una vida de sueños, si no de realidades.

Años después, más de los que podéis imaginar, dos amantes paseaban por aquel campo de flores en otoño, con todas las flores marchitas, sin esperanza de encontrar belleza en aquel lugar, pero se equivocaban. Si que había una flor en aquel campo, una flor azul viva como en primavera, tan azul como el universo, las lágrimas o el cielo. Estaba en el suelo, nada la unía a él e inexplicablemente nunca se marchitó.

Esos amantes la volvieron a encontrar, hicieron esa flor suya, esa que le cambió la vida a una joven 153 años atrás, y descubrieron el verdadero secreto.

Vivimos soñando con una vida que no nos quite el sueño, cuando es soñar demasiado lo que nos lo quita.

EL BAÚL DE LOS SUEÑOS - Relatos cortosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora