II. Muy amigable

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En las tiendas del callejón mágico, a parte del bullicio de los compradores, se oían perfectamente las fuertes risas de una niña de cabellos cenizos. Una infante peculiar en todos los sentidos pues ningún mago había visto ojos entre los suyos, nunca habían oído una risa tan encantadora y jamás se había hecho un silencio así por nadie; daba la impresión de que una veela estaba en la calle pero tanto hombres como mujeres veían a la niña, siendo cautivados por una hermosura e inocencia infantil que jamás se había visto. Y pronto, tanto los abuelos de aquella joven y sus amigas, se dieron cuenta de que medio callejón los miraba y se alejaron a paso rápido entre las tiendas, jalando a una alegre Darleen hasta Ollivander's para que buscara su varita mágica.

Sus abuelos, Isadore y Roseanne, las dejaron en la entrada de la antigua tienda pues se retirarían para comprar los libros y de paso, unos regalos para las invitadas y su nieta.

—¡Vamos, vamos! —exclamó la mayor de las tres, una joven de expresivos ojos cafés y cabello azul eléctrico.

A su lado, estaba Luna; una niña menor por un año, flacucha, de cabello rubio platino y grandes ojos azules. Ojos que parecían atravesar el alma de las personas hasta desvelar sus más profundos secretos, a Darleen le gustaban mucho y en ocasiones, se les quedaba mirando.

—¡Nymph! ¡No puedes gritar aquí! —le regañó Darleen en un grito bajo.

—¿Por qué? —preguntó la bruja, aún con un tono muy alto.

Luna fue quien le respondió.

—Porque puede caerse el lugar...

Rió más fuerte acompañada de la metamorfomaga, atrayendo la atención del señor Ollivander. Quién se asomó por una puerta, observándolas con sus grandes ojos acuosos de un color azul muy claro y sonrió casi demencialmente al ver quienes estaban en su humilde tienda.

—¡Señorita Tonks! ¡Bienvenida de nuevo! ¿Necesita otra varita? —saludó y cuestionó en segundos, a lo que la chica negó y la señaló, sonriente.

—¿Cómo está, señor Ollivander? No, no, mi prima es quién necesita una.

Nymphadora, de naturaleza, tendía a ser muy torpe y con más frecuencia de la requerida, sus varitas pagaban el precio. Su padre –Tedd Tonks- decía que, si el señor Ollivander no fuera gentil, se haría rico solo vendiéndole varitas a ella.

—¡Oh, sí, sí! —exclamó, sobándose las manos con una sonrisa—. He estado esperando desde el renacimiento de la última ninfa, ¡Es alucinante!

No entendía porque era tan alucinante una varita para una niña que era mitad ninfa pero lo disimuló y le devolvió la sonrisa al hombre, dejándolo en un trance por segundos.

—Es un placer conocerlo, señor.

—¡El placer es todo mío! —chilló.

Acto seguido, con una floritura de su varita, una cinta métrica voló hacia ella y comenzó a medir su cuerpo en ángulos extraños, en partes que no necesitaría para tomar y usar la varita, desde la oreja hasta los pies, desde la nariz hasta la mano y supo –como le aseguró su abuelo- que el señor Ollivander era muy extraño pero especial. Cuando dejó de seguir con la vista a la cinta métrica, ensimismada en pensar para qué eran esas medidas, miró a sus amigas y éstas le devolvieron la mirada, riéndose por la imagen de ella siendo rodeada por la cinta de medición.

El señor Ollivander se acercó cargado de varias cajas de formas irregulares.

—Algunas de estas, fueron hechas para tus antepasados —dijo el anciano—. Muchas no eran fuertes para las ninfas pero otras, eran perfectas y espero que puedas hallar una digna de tu poder.

malédiction innocente | fanficción harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora