La niebla

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La niebla me encanta, es relajante la poca vista propisiada por esa pantalla gris, aunado al frío ambiente, crean una situación perfecta para mí. Cuando esto sucede, me encanta salir a caminar, en un pequeño monte cercano a mi casa, adorna sus espacios libres de arboles pero rodeado de ellos cuando el clima propicia una espesa neblina. Algunas veces tan densa, que ver más allá de 10, 5 o incluso 2 metros es una tarea complicada; conozco lo riesgoso que resulta caminar en una zona montañosa sin la visibilidad adecuada, pero eso es lo de menos. Hoy es uno de esos días donde, quien padece de la vista, no podría ver más allá de su nariz, hace un frío perfecto para salir a caminar un rato, y para evitar riesgos que mencioné antes, llevo conmigo a un labrador golden; mi fiel amigo, me ha guido por aquellas zonas rocosas mucho tiempo, años de hecho. La caminata es muy placentera, el ambiente, más allá de ser tétrico, evocado del silencio casi absoluto si no fuera por el crujido provocado por mis pisadas, resulta terapéutico, una lastima, el gusto poco me duró; me di un gran susto al estar a un paso de caer por un despeñadero, una caída alta, muy alta, una caída mortal. Mi perro comenzó a ladrar justo cuando frené en seco, el problema, es que lo perdí de vista, a pesar de escuchar sus ladridos no podía distinguir de dónde provenían; a veces estaban a 2 metros de mí, luego a 10, luego frente a mí, y de pronto, el silencio reinó de nuevo.

Sin mentir, pasé cerca de 2 o 3 horas caminando, buscando a mi perro, gritando su nombre. Más extraño que haberlo perdido cuando hacía unos segundo estaba al lado mío, era lo silencioso de mis gritos; cuando uno habla en voz alta o hace algún ruido fuerte en un lugar como este, el eco se hace notar, cosa que, por alguna razón, no sucedió así, era como si mis gritos no fueran lo suficientemente fuertes para eso.

Cuando las cosas parecían no poder ponerse más extrañas, el destino, el universo, la madre tierra, dios o lo que sea que me haya metido en esto, me demostró lo contrario. Sucedieron dos cosas, la primera, empecé a escuchar pasos, alguno eran lejanos, otros parecían seguirme, algunos estaban apresurados, como si corrieran; pero lo peor, eran las silueta a penas visibles en la niebla, silueta fijas, y además, me observaban. Cuando me encontraba en un desnivel de la montaña, ellas estaban por encima mío, inertes al parecer; al inico estaba aterrado, afortunadamente me calmé, pero eso no me quitaba lo incómodo.

Arto de la situación, decidí, muy a mi pesar, marcharme a casa sin mi perro, pues estaba seguro de que él podría volver a casa por su cuenta; una vez estaba seguro de haber caminado el tiempo suficiente como para ya ver los últimos árboles del monte, me di cuenta de que caminé en círculos. Podría haber sido por caminar en cierto tramo con la mirada agachada, por ello concluí que lo mejor sería caminar siempre mirando al frente; de forma irónica, esto no ayudó en nada, pues si bien llegó un punto donde podía ver la parte baja de aquel cerro, nunca llegaba a ella. Debí caminar por otra hora en esa dirección, pero simplemente no podía avanzar; pero aún, empecé a escuchar susurros, murmullos provenientes de todos lados, eran ellos, las sombras, cubiertos en los arboles, asomados, obsrrvandome. Eran siluetas carentes de expresión, una cara vacía, enervante en lo absoluto.

Cuando mi cordura pendia de un hilo, me puse de cunclillas, abracé mis rodillas, miré a uno de esos... Seres a sus supuesto rostro, y me perdí en él. Escuchaba a niños reír, llorar, enojados, luego eran adolescentes con las mismas emociones; adultos eventualmente, uno de ellos tenía una voz como la mía, no, ese era yo.


- Una verdadera lástima, lo siento mucho.


- Al menos sucedió mientras hacía lo que amaba.

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