Te quiero.

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Casi sin darnos cuenta, los días se convierten en semanas. Gracias a Dios, luego de casi dos meses, Bianca está casi restablecida, lo cual no solo me da paz, sino que me permite librarnos de la insaciable e irritante curiosidad de Priscila. Estamos en lo que esperamos sea su último chequeo médico. Luego iremos a su casa, como le prometí. Allá le espera una gran sorpresa.

–¿Cuándo conoceré a Alejandro? –me pregunta mientras esperamos su turno para consulta.

–¿Qué te parece en tu cumpleaños?

–Tenía la idea de que nos fuéramos unos días solo tú y yo.

–Mi agenda está muy complicada y no creo poder marcharme por mucho tiempo.

Nos interrumpe la asistente del doctor que nos llama al consultorio. Tras veinte minutos de revisiones y preguntas salimos muy contentas.

–¡Al fin podemos tener sexo sin que te preocupes tanto! –dice extasiada y me planta un beso en la boca en pleno pasillo, ante la mirada atónita de los demás pacientes.

–Vamos –le digo mientras noto algunas caras de asombro y otras de desaprobación, pero poco o nada me importa.

Camino a su casa, escucho el timbre de mi celular. Activo el botón de manos libres y contesto.

–Hola Anabel. No puedo atenderte ahora.

–¿Quién es Anabel? –pregunta Bianca–. Veo la sombra de los celos en su rostro.

–Comprendo. Espero tu llamada entonces. Hablamos más tarde. Ciao.

–¿Me puedes decir quién demonios es Anabel y porque no puedes hablar con ella en mi presencia? –estalla Bianca, no bien cierro el teléfono.

–¡Espera, espera, espera! ¿A qué viene tanta preguntadera?

–Y ninguna con respuesta –responde alterada. –¿Me vas a decir o no quién es Anabel?

–Ana es mi empleada Bianca... Es muy infantil que hagas una escena cada vez que te menciono a una mujer o converso con una.

–¿Crees que no me doy cuenta cómo te alejas y susurras cuando recibes llamadas? ¿Acaso crees que soy tonta?

–Cálmate ¿quieres? –le digo y retira la mano cuando intento tocarla.

No nos dirigimos la palabra durante el resto del trayecto. En franca actitud desafiante, Bianca me ignora. Cada segundo en ese estado me va incomodando más y llegado un punto, freno en medio del camino, me bajo del auto y camino hasta su ventana. «Detesto que me rechacen».

–¿Me puedes explicar qué carajos es lo que te pasa?

–Que me estás engañando con la tal Anabel. Me crees estúpida, pero no lo soy. ¡Eres una maldita infiel y mentirosa! –me grita irrumpiendo en llanto y bajando del auto.

–Bianca, Anabel es solo mi empleada –le repito en tono conciliador–. No te engaño ni con ella ni con nadie más.

–Sabes Jess, es mejor que cada una siga su camino.

–Súbete. Este no es momento ni lugar para esta conversación.

–Vete al infierno.

–Sube al auto por favor.

–¡No! –me grita y empieza a caminar. –Se devuelve hacia el auto, tras pocos pasos y con mucha rabia, arroja algo sobre el asiento–. ¡Aquí tienes tu maldito teléfono! De ti no quiero nada y te aseguro que tendrás de vuelta hasta el último centavo que hayas gastado en mí.

Dos Locas Enamoradas Vol. I JessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora