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Mark descubrió que la criatura diminuta y llorona que descansaba en su cama, era un bebé.

Mark no recordaba haber sido uno.

—Aquí dice que necesito cambiarte el pañal— dijo siguiendo al pie de la letra lo que el libro decía. El pequeño no contestó—. Bien. Tomaré eso como un sí.

Agarró su tobillo con brusquedad y el bebé gritó.

—Ah— Lo soltó, dándose cuenta de que su fuerza era mucho mayor que la del niño. Lo olvidaba—. Perdón, perdón. Tendré más cuidado.

Procuró ir paso a paso con cautela y presición. Dobló la tela de la forma en que mostraban las figuras, cada movimiento atestado de suavidad para no lastimar al bebé. Al parecer, eran criaturas muy sensibles, lloronas y extrañamente flexibles. Mark sentía que el bebé se rompería en sus manos si no medía su fuerza apropiadamente.

—Listo— dijo una vez concluyó su tarea. El bebé estiró sus brazos hacia él—. Tú... sí que eres muy pegote— comentó antes de tomarlo—. Supongo que tendré que ir de compras si sigues sin aprender a ir al baño. Pañales y esas cosas.

—¡Papa!

Mark frunció el ceño. —Eso es todo lo que dices. Empiezo a creer que ni siquiera entiendes lo que digo.

El bebé apretó su nariz y rió.

Afuera, el cielo estaba despejado.

Un defecto de los vampiros, que era el primero en ser mencionado en los libros, era el que debían resguardarse del sol, debido a que éste los destruía. Eran más vulnerables de lo que los humanos pensaban. Se hacían cenizas, su cuero deshaciéndose hasta convertirse en polvo, partículas arrastradas por el viento.

Mark era —por algún motivo— inmune.

—No estoy seguro de que dejarte solo sea una buena idea— consideró. El bebé se chupaba el dedo, ignorante a lo que ocurría—. ¿Quizá debería llevarte conmigo?

—Papa.

Decidió que le haría compañía.

Atravesar el bosque era agotador para cualquier ser humano. Mark, por suerte, no lo era. Por lo que cruzar el bosque hasta la civilización fue pan comido. Revisó su billetera, en la cual gustaba parte de sus ahorros, e ingresó al primer supermercado que encontró.

El bebé estaba dormido.

—Pañales— musitó haciendo su camino hasta el pasillo infantil. Examinó las estanterías, hallando cientos de paquetes de pañales repartidos por el lugar. ¿Cuál era el correcto? ¿Cómo adivinar cuál era el que necesitaba? Él no sabía tratar con humanos pequeños.

—Ah, ¿papá soltero?

Mark volteó, su mirada topándose con la de una mujer rubia. Olía a humana. Sangre fresca. Mark asintió forzándose a apartar tales pensamientos de su mente.

—Podrías decir que sí.

—¿Cuánto tiempo tiene el bebé? — dijo acercándose a ver a la criatura. Mark se encogió de hombros.

—No sé. Un par.

—Por su tamaño, creo que estos estarán bien— La mujer sacó un paquete, entregándoselo. Mark lo sujetó con una mano, mientras que con la otra afirmaba al bebé a su cuerpo—. Espero que sirvan.

—Gracias.

El siguiente objetivo era encontrar comida.

Para su gran sorpresa, los bebés humanos no tenían dientes, y si es que tenían, eran muy pocos, débiles y pequeños. Ni siquiera le crecían los colmillos aún. Según los libros, la leche materna era lo mejor para el bebé. Sin embargo, no había una madre en la despensa.

Mark descubrió que la papilla podía funcionar también.

—Bien, hay muchos sabores disponibles— dijo en voz alta, hablándole al bebé que ya había despertado y se acurrucaba en su pecho—. ¿Cuál quieres? Tenemos de manzana, de calabaza.

—Papa.

—Pero claro, tú no entiendes, así que llevaré cualquiera.

En pequeño parpadeó y se chupó el dedo, sin rechistar.

Mientras pagaba en la caja, la señora atendiendo sonrió en grande cuando se percató de la criatura que envolvía en sus brazos.

—¿Cómo se llama? — le preguntó enternecida. Mark no supo qué contestar—. Es adorable.

¿Cómo se llamaba? ¿Tenía que ponerle nombre?

Llegaron a casa, donde Mark se encargó de alimentarlo con papilla de manzana y pera, y de cambiar su pañal sucio por uno limpio. El bebé parecía contento con los cuidados que recibía, por lo que Mark asumió que lo estaba haciendo bien.

Un nombre.

¿Podía darle un nombre? No era su hijo. Tampoco necesitaba referirse a él de otra manera que no fuese "bebé". No era como si comprendiera lo que estaba diciendo de todos modos. ¿Por qué hacer tanto lío? Él no necesitaba un nombre.

Suspiró, sintiendo cómo su pierna empezaba a moverse inquieta de arriba a abajo. El bebé volvía a chuparse el dedo y a mirarlo atentamente con sus ojitos de maní.

—¿Quieres un nombre?— el bebé no respondió—. Eso pensé.

Lo puso a dormir. Pese a que los bebés no hacían absolutamente nada en todo el día, parecían estar siempre listos para tomar una siesta. Se dirigió a su biblioteca cuando se cercioró de que estaba profundamente dormido, siendo silencioso para no perturbar su sueño.

Entre los libros, encontró un par que consideraba sus favoritos. Los releyó, buscando un nombre que tuviese suficiente valor como para ser parte de aquel niño. Quizá elegir uno al azar habría sido más fácil. ¿Le estaba dando muchas vueltas al asunto?

Regresó adonde el niño descansaba. Su respiración calma y suave, casi pasando desapercibida. Acarició la manta que envolvía al pequeño, aquella que había encontrado junto a él en el bosque y que seguía impregnada en el olor a tierra mojada. Al tocarla, la yema de su dedo sintió un bordado.

Dobló la tela, notando que en la manta azul, unas palabras en negro hacían contraste contra el color claro. Bordado a mano había un nombre. Su nombre. El único rastro que su familia había dejado para él.

Lee Dong Hyuck.

¡Vamp, Makku! || MarkhyuckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora