¡Vamp, Makku! || Markhyuck

♡;; O21.

Donghyuck era un desastre. Un verdadero desastre.

Durante su estadía en la ciudad, conoció lo que eran las relaciones sexuales. Era un tanto difícil ignorarlas, al ser representadas en películas, revistas, libros, incluso en páginas web. Comprendía cuál era el proceso, que uno de ellos recibiría —él, de antemano sabía que sería él— y el otro actuaría como el personaje activo en la situación.

Lo que los medios no podían enseñarle, sin embargo, eran las sensaciones que el acto en sí generaba para las dos partes. Los medios no le advirtieron de lo bien que se sentiría bajo el cuerpo firme de Mark, quien lo tocaba como si cada rincón de su ser le perteneciera y besaba su piel como si fuese lo más preciado en el mundo.

Las manos del pelinegro acariciando su torso desnudo, tenían a Donghyuck deshaciéndose en suspiros. Su lengua, que antes estaba enroscada con la suya, ahora recorría su cuello y sus clavículas, arrancando suaves gemidos de la garganta del menor, que resonaban en los oídos de Mark como una dulce sinfonía.

Perdiéndose en el otro, fundiéndose en el otro... La temperatura de la habitación iba en aumento y Donghyuck sentía cómo cada roce se transformaba en fuego contra su piel.

Quería más. Quería tanto. Anhelaba volver a sentir lo que en el pasado Mark había provocado en él, en aquellos momentos en los cuales la línea que separaba su deseo de proteger y su deseo de devorar, se había visto peligrosamente borrada. Necesitaba volver a experimentar la sensación producida por la necesidad y el hambre de Mark; la boca desvergonzada en su miembro, las manos que se escabullían dentro de su ropa. Lo quería todo.

Gimió cuando los dientes del pelinegro se cerraron sobre el lóbulo de su oreja, enviando las familiares descargas eléctricas a lo largo de su columna vertebral.

—Bebé— susurró en su oído. Donghyuck apenas logró retener el gemido que amenazó con huir. ¿Cómo Mark tenía la habilidad de hacerle sentir tanto con solamente su voz?—. ¿Sabes lo que haremos ahora?

Dios.

Las mejillas de Donghyuck ardieron con fuerza tras interpretar las palabras del pelinegro. Lo sabía. Sabía a la perfección lo que harían luego. Y también sabía que no duraría demasiado, menos considerando lo desgarradoramente bueno que era Mark tocándolo, siempre en los lugares adecuados de la manera perfecta.

Asintió, aturdido por su propia necesidad, la cual empezaba a consumir su raciocinio de a poco. Mark plantó un beso sobre su mejilla antes de posicionar su rostro a ínfimos centímetros del suyo, mirando directamente a los ojos de Donghyuck, cuyas pupilas se hallaban dilatadas, mientras Donghyuck veía los irises rojizos y hambrientos que se encontraban frente a él.

Mark se relamió los labios. —¿Quieres continuar?

¿Siquiera había duda de ello? Mark lo cuidaba aún cuando era presa de sus instintos, procurando no llevar ninguna situación al extremo con tal de no herir a Donghyuck y reprimiendo lo que su propia naturaleza destructiva le impulsaba a hacer. Lo amaba y confiaba en que sus intenciones nunca serían egoístas; aquello era suficiente para saber que no estaba cometiendo un error.

—Sí— respondió Donghyuck, suspirando sobre la boca húmeda del pelinegro—. Sí quiero.

Hagamos lo que los amantes hacen para demostrar lo que sienten... Hazme sentir tuyo.

Mark no perdió un instante. Creando un camino de tibios besos desde el cuello de Donghyuck hasta su ombligo, se deslizó hacia abajo y se acomodó entre las piernas desnudas del menor. La piel tersa bajo las palmas de sus manos incitándole a morderla, a marcar sus muslos con chupetones que de verían adorables a la mañana siguiente. Ah... Realmente, el castaño iba a volverlo loco.