2. Verde

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Capítulo 2:

Verde

Un barco en un puerto está a salvo, pero no es para eso para lo que se construye un barco.

Grace Hopper (1906-1992)

Un año más tarde

Estaba cansada, agotada, sentía que mi cuerpo no daba para más. «¿Quién me mandó a buscar trabajo?, ¿quién?», me lamentaba internamente, sabiendo que la única culpable (como siempre) era yo. Desde que esa heladería había abierto, yo había querido trabajar ahí, así que apenas cumplí dieciocho años, metí mi currículum y dos meses después me llamaron porque una de las empleadas se iba del país (qué mal por ella pero qué bueno para mí). De esa forma, ahí me encontraba, ya llevaba cuatro meses y si bien me sentía muy cansada, estaba feliz, feliz por dejar de ser tan parásito en la vida.

No obstante, no sabía qué me sucedía, desde que agosto había empezado cada día me costaba más despertarme (¡e incluso dormirme!), afrontar cada día era un suplicio; desde varios meses atrás, cada noche soñaba cosas que no tenían mucho sentido, pero lo que más se repetía era un par de ojos verdes que llenaban mi corazón con un poquito de calidez, calor que me abandonaba rápidamente al despertar. No recordaba exactamente en qué momento habían empezado esos sueños, pues los primeros días me despertaba agitada, a veces incluso llorando; luego, la sensación de unos brazos que me hacían sentir en mi hogar, y después, esos ojos, esos ojos que desde un par de días antes estaban siendo acompañados por una bella sonrisa y una cara y un cuerpo que se empezaban a formar. Me estaba desesperando, me estaba volviendo loca, eso era segurísimo.

―¿Paula, te encuentras bien?

Una voz me sacó de mis pensamientos. Alcé la vista de la mesa que estaba limpiando y la fijé en la encargada, una chica mayor que yo, bajita, de cabello y ojos oscuros, que me miraba preocupada.

―Sí, no te preocupes.

―¿Pero segura?

―Sí, creo que me va a dar gripe.

―¿Por qué no te vas y vuelves mañana?

―No, Jenny, ¿cómo se te ocurre? Me falta un par de horas nada más.

Ella me miró seriamente, mas terminó por asentir, y se alejó, no sin antes decirme que si quería irme, podía hacerlo.

º º º

―¿Paula?

Miré a mi alrededor extrañada, estaba en medio de una plaza casi vacía, frente a una pequeña casa con adornos navideños. Fruncí levemente el ceño sin entender qué hacía ahí.

―¿Paula? ¿Estás bien?

Miré a mi lado y estaba una chica casi de mi altura, de cabello negro y ojos... Diablos, tenía esos ojos verdes que llevaba casi un año soñando.

―Sólo recordaba ―murmuré automáticamente, fruncí el ceño al no entender mi respuesta, pero era como si mi cuerpo se mandara solo, sin atender a mis razones―. Solíamos venir mucho a esta plaza, antes estaba mejor cuidada y llena de personas, éramos felices... Intenté aprender a montar bicicleta aquí, me caí mucho.

Reí y ella compartió mi risa. Qué sonido tan hermoso hacía al reír. No pude evitar quedarme mirándola embelesada, mientras ella veía a su alrededor; desvié justo a tiempo los ojos, mas sé que se dio cuenta, porque carraspeó incómoda.

Una música empezó a sonar, miré a ver de dónde salía, pero no encontré el origen; la chica seguía con la incomodidad plasmada en su rostro y yo me sentía muy avergonzada. La música continuó y fue aumentando de volumen, hasta que logró despertarme.

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