Capítulo 2

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Después de la visita al director, volví a clase, donde me esperaban dos horribles horas más antes del primer descanso. Tenía ética y luego historia y parecía que en ninguna de esas dos clases coincidían con el horario del tal Michael.

Sonó la bendita campana y salté fuera del aula. Dejé los libros en la taquilla y cogí los cascos, para luego caminar en sentido contrario a la marea de gente que se disponía abalanzarse sobre lo que se suponía que era una cafetería en busca de algún bollo con el que matar el aburrimiento del estómago sufrido por las clases.

Yo, como siempre al revés del mundo, me senté en las escaleras que conectan las aulas con el archivo y la biblioteca de la planta de arriba a escuchar música. Era un sitio por el que no pasaba nadie nunca y donde me sentía relajada, sin la necesidad de tener que escuchar el constante murmullo de la gente, las risas ensordecedoras de los musculitos sin cerebro o las criticas incesantes sobre la laca de uñas de la temporada pasada que lleva alguien.

Me puse los cascos, subí el volumen de mi móvil al máximo y dejé que la música llenase mi cabeza.  Cerré los ojos y dejé que Evanscence me llevase a un mundo en el que me sentía más tranquila. Pero la tranquilidad me duró más bien poco, a los pocos minutos sentí un tirón en mi hombro y sobresaltada me quité los cascos y levanté la vista.

El chico del despacho del director estaba allí.

-          ¿Qué pasa? – pregunté sobresaltada aún, aunque un poco más tranquila al tener la situación bajo control.

-          ¿Sabes dónde está la puerta de este sitio? Necesito que me dé el aire.

-          ¿Tengo pinta de punto de información?

-          No, pero suponiendo que llevas aquí más que yo y que soy nuevo podrías indicarme donde está la puerta.

-          Todo recto y a la izquierda, pero no lo intentes están cerradas.

-          Vale. Oye, ¿eres así de borde siempre?

-          Que va, contigo estoy haciendo una excepción. – dije con la mas falsa de mis sonrisas.

-          Qué gran privilegio.

Dicho esto y con una sonrisa torcida adornando sus labios se sentó a mi lado como si me conociese de toda la vida.

-          ¿No tienes nada más que hacer? – pregunté con ese carácter tan simpático que me caracterizaba, nótese la ironía.

-          Parece que no. Solo llevo dos horas aquí.

-          ¿Y no te quieres suicidar todavía?

-          No, pero supongo que es porque en dos horas no me ha dado tiempo a hacer nada. Solo espero no volverme igual de insoportable que algunas de las personas de por aquí.

-          Si dices eso es porque ya has conocido a Brittany – dije rodando los ojos.

-          En realidad lo decía por ti.

Eso sí que me había sorprendido, para que negarlo. Era la primera persona que me “plantaba cara” y menos conociéndome tan poco, la gente solía pasar de mi y punto, pero este chico no contento con tocarme las narices y no dejarme sola, se sentía con el poder de llamarme insoportable.

-          Tú eres un poquito descarado, ¿no?

-          ¿Descarado? Para nada – dijo sonriendo torcidamente de nuevo – Prefiero definirme a mí como claro, sincero y conciso, aparte de irresistible.

-          Se ve que te quieres mucho.

-          No lo dudes.

-          Se me han ocurrido unos cuantos adjetivos que puedes añadir a la lista, como prepotente, retrasado, chulo y subnormal, ¿Qué te parecen?

-          ¿Quieres que juguemos a describirnos mutuamente? Vale.- Se auto respondió, para mirarme desde detrás de los cristales de sus gafas de sol durante unos segundos, examinándome.

Me sentí repentinamente desnuda y vulnerable, como si pudiese haberse metido en mi cabeza e ir examinando esa carpeta de archivos escondida sobre ti mismo. A los dos segundos sentí como si esa pequeña conexión se hubiese roto y acto seguido sentí un escalofrío recorrer toda mi espalda.

-          Eres insegura, impertinente, sensible, contestona e insoportable, muy insoportable.

-          Y tu un gilipollas.

Y dicho esto, recogí mis cosas, me levanté y me fui de allí.

-          Adiós Ann.

Pude sentir su sonrisa de superioridad y prepotencia tras mi espalda, que asco de tío.

La tarde acabó relativamente rápido. No volví a ver al subnormal por ningún lado, cosa de la que me alegré bastante.

L a tarde en mi casa pasó sin pena ni gloria. Sin nada memorable, destacable o diferenciable. Tenía una mierda de vida en la que siempre pasaba lo mismo.

Sin embargo esa noche sí que cambió algo.

Estaba completamente dormida cuando empecé a escuchar su voz.

“Parece ser que ya hay alguien que le planta cara a la princesita, ¿no te preguntas como sabía tu nombre?”

Abrí los ojos y me incorporé de golpe. Lancé una mirada por mi habitación, pero no había nada raro, y nada estaba fuera de su sitio, no había nadie allí.

Sin embargo yo la había sentido tan real… era como si el dueño de la voz me hubiese susurrado aquellas palabras al oído, o desde el interior de mi propia cabeza, y ese dueño no era otro que el prepotente, retrasado chulo y gilipollas de las gafas de sol.

Podía ser un gilipollas pero mi cabeza había soñado con él.

Esa fue la primera noche que soñé con Michael Clifford.

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⏰ Última actualización: Dec 29, 2016 ⏰

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