Cinco "Draco"

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Esta es una historia interactiva. Les explicaré sobre eso al final del primer capítulo. La primera elección (que pertenece a esta parte) es un "modo prueba" y no incluye votación.

*

Ese era el día. Harry tenía un gran presentimiento.

Había pasado los últimos seis meses de su vida intentando tener una cita formal con Draco Lucius Malfoy. ¿Fue su rival en el colegio? . ¿Aún era un cretino? A veces, sí. Pero también era un chico increíblemente maduro, listo y mucho más amable de lo que creyó durante casi toda su adolescencia.

Bueno, tenía sus momentos, claro.

—¡Merlín, Potter! —Draco arrugó la nariz y se cubrió la boca en cuanto comenzó a toser—. ¿Qué- se- supone- que- es- este- basurero? —Se detuvo a tiempo para dirigirle una mirada hastiada, mientras el hechizo de limpieza hacía efecto, a medias, como los demás que ejecutaron en toda la casa—. ¿Acaso hubo un hipogrifo viviendo aquí?

No estaba seguro de cómo explicárselo. A decir verdad, no estaba seguro de qué hizo Sirius con las habitaciones no utilizadas en Grimmauld Place, para convertirlo en ese desastre, y punto. Durante la guerra, no tuvieron tiempo para hacer una limpieza profunda, por obvios motivos. Ahora se arrepentía un poco.

Tal vez un día de limpieza no fuese la situación ideal para decirle a Draco que estaba ligeramente enamorado de él, que lo había estado, más o menos, desde esos días en Hogwarts, cuando el Slytherin hacía un esfuerzo más allá de sus capacidades por no gritarle frente a su incomprensión absoluta de Pociones Avanzadas. Hermione lo convenció de retomar los estudios tras ganar la guerra, a pesar de que el Ministerio le concedería un trabajo de inmediato; él decidió que le haría bien el tiempo extra, podría pensar, organizar su mente, ver a un psicomago. Por supuesto que no recordó la existencia de los EXTASIS hasta que era muy tarde.

El Draco Malfoy de quince años lo habría mandado a la mierda, maldiciones incluidas, ante la simple insinuación de sentarse juntos en la mesa de laboratorio. El Draco de diecisiete, en un aula casi desierta, tomó la iniciativa de arrastrar una silla, colocarse a un lado y espetarle que, si no arreglaba la poción en su caldero, todos morirían intoxicados en menos de media hora.

Harry tampoco acostumbraba hacer nada en su "situación ideal", sólo cuando el momento se daba, así que estaba bien. Sería más sencillo si no hubiese descubierto pasillo tras pasillo y cuartos en desuso, antes sellados por una magia antigua que impedía el paso de huéspedes no familiares, diferentes al dueño, en este caso, él. Grimmauld Place era dos o tres veces más grande de lo que la conoció en visitas anteriores, y Draco sólo estaba allí porque le insistió y argumentó que sabía más hechizos de los que Harry podía contar; el toque a su vanidad lo convenció de desperdiciar un fin de semana ahí, con él y un elfo malhumorado que se llevaba los tesoros de amos anteriores a un escondite.

Cuando dieron por terminada lo que parecía ser una de mil habitaciones, Harry se acercó y le ofreció una bebida. Draco se recargaba contra un escritorio, examinándolo de reojo con gesto crítico, el mismo que ponía en clases para darle a entender que lo hacía todo al revés.

Intentó sonreírle. Draco resopló, levantando una capa de polvo que era inherente a las salas recién descubiertas de la casa, y tosiendo un poco en el proceso.

—Todavía no está —masculló, agitando la varita para replicar otro hechizo de limpieza. Observó la realización de la tarea con el ceño fruncido, hasta que Harry le tocó la mejilla con el vaso helado, y ahogó un grito—. ¿Qué?

Elige, Harry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora