HECARIM: LA SOMBRA DE LA GUERRA

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Nacido en un imperio hace tiempo hecho polvo y olvidado, Hecarim era un teniente de la Orden de Hierro, una hermandad que juró defender las tierras de su rey.

Mientras Hecarim lograba una victoria tras otra sobre su gran corcel de guerra, el comandante de la Orden de Hierro vio en él a un posible sucesor, pero también una oscuridad creciente. Su obsesión por la gloria comenzó a deteriorar su honor y, con el tiempo, el comandante caballero se dio cuenta de que este teniente joven nunca debía convertirse en líder.

Hecarim se enfureció al escuchar estas palabras. A pesar de ello, contuvo su rabia y prosiguió con el cumplimiento de su deber.

Durante la siguiente batalla, los enemigos acorralaron al comandante, distanciándolo de sus caballeros. Aprovechando esta oportunidad, Hecarim dio media vuelta y lo dejó morir. Sin tener conocimiento de lo que Hecarim había hecho, al final de la pelea, los miembros de la Orden de Hierro se arrodillaron sobre la tierra ensangrentada y le juraron lealtad.

Hecarim cabalgó hasta la capital para asumir sus juramentos formales y encontrarse con Kalista, la general de mayor confianza del rey. Ella reconoció su destreza y su liderazgo. Cuando la reina fue herida por la espada envenenada de un asesino, Kalista se sintió tranquila al saber que la Orden de Hierro permanecería junto al rey mientras ella iba en busca de una cura.

Preso de la paranoia, avistando nuevas amenazas en cada sombra, el rey se enfureció con quienes él creía que trataban de separarlo de su esposa moribunda, por lo que envió a Hecarim a reprimir las manifestaciones de disconformidad a lo largo del reino. La Orden de Hierro se hizo de una reputación terrible como los despiadados ejecutores de la voluntad del rey. Pueblos y aldeas ardieron. Cientos fueron asesinados.

Como una fatalidad inevitable, tras la muerte de la reina, Hecarim transformó la pena del rey en odio, pugnando por obtener la autorización para guiar a la Orden de Hierro hacia territorios extranjeros. Él vengaría su muerte, al tiempo de reforzar su oscura reputación.

Pero antes de que pudieran emprender el viaje, Kalista volvió. Había conseguido lo que estaba buscando en las lejanas Islas Bendecidas; no obstante, ya era demasiado tarde. El rey no le creyó a Kalista, por lo que fue apresada como traidora. Intrigado por lo que había escuchado, Hecarim visitó su celda, en donde hablaron sobre las nieblas blanquecinas que protegían las islas de los invasores. También charlaron acerca de las riquezas inconmensurables de sus habitantes, incluidas las legendarias Aguas de la Vida.

Al constatar que solo Kalista podría llevarlos hasta allá, Hecarim logró persuadirla para que guiara a la flota del rey a través del velo que ocultaba las Islas Bendecidas de la mirada de los mortales.

Arribaron a la ciudad de Helia en una procesión solemne, con el cuerpo de la reina. La Orden de Hierro guio el camino hasta encontrarse con los maestros de la ciudad, quienes les negaron su ayuda. Furioso, el rey le ordenó a Kalista que los matara, pero ella se negó. Hecarim sonrió mientras tomaba la decisión que lo condenaría por toda la eternidad. Con una lanza, atacó a Kalista por la espalda y les ordenó a sus caballeros que saquearan la ciudad y robaran los tesoros ancestrales de sus bóvedas.

En medio del caos, un humilde custodio accedió a ofrecerle al rey las Aguas de la Vida, pero ni siquiera eso logró distraer a Hecarim de su fiesta sangrienta, por lo que la Ruina de las Islas Bendecidas lo tomó por sorpresa.

Una onda expansiva de fuerza mágica despedazó a Helia, reduciendo a añicos todas las construcciones, cuyos fragmentos quedaron suspendidos en una abrasadora luz oscura. Tras su paso, la Niebla Negra se hizo presente, un huracán ondeante que arrastró a todo ser vivo que tocaba en un abrazo turbio y estridente. Hecarim trató de reunir a la Orden de Hierro con la intención de volver a las embarcaciones, pero, mientras huían, la niebla los reclamó uno por uno.

Solo e insolente hasta el final, el comandante caballero fue capturado por las sombras. Su gran corcel y él se fusionaron en una abominación monstruosa y espectral que reflejaba la oscuridad del corazón de Hecarim: una descarada criatura de furia y rencor, tanto parte de la Niebla Negra como esclavo de ella.

Unido por siempre jamás a estas Islas de la Sombra, Hecarim ha pasado siglos viviendo una siniestra broma de lo que solía ser su existencia, condenado a rondar las tierras de pesadilla que alguna vez trató de conquistar. Cada vez que la Niebla Negra sale más allá de sus costas, él y el huésped sobrenatural de la Orden de Hierro cabalgan para asesinar a los vivos, en memoria de las glorias pasadas.

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