Part 4

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Aquella mañana nocturna, Seam y Jevil se habían acomodado junto a uno de los ventanales que conformaban el Gran Salón para descansar de los juegos de mesa que habían llevado a cabo hasta el cansancio. El felino purpura se estiró graciosamente frente a la mirada divertida del pequeño bufón, quien se quitó el gorro con el objetivo de disipar la comezón que los bordes estuvieron causando a sus cuernos, volviendo a cubrir su natural calvicie mientras jugueteaba con su juego de cuchillas. Al verlo, Seam no pudo evitar enfocar su atención en el filo deslumbrante de tales objetos punzocortantes, recordando el último espectáculo que habían concluido para los reyes un par de horas atrás, el cual indiscutiblemente había dejado unas cuantas cicatrices en los escuálidos dedos de su socio.

—Jevil, siempre quise preguntarte. —El aludido correspondió a la solicitud emitiendo un gemido interrogatorio, invitandolo a continuar sin apartar la mirada de sus mejores herramientas—. ¿Por qué llamaste a esa cosa "Cuchilla del Diablo"?

—Oh —Jevil miró a su acompañante brevemente para devolver la vista a los objetos que sostenía entre sus dedos con una sonrisa—. A decir verdad, lo nombré pensando en ti, ti.

—¿Disculpa? —replicó ofendido.

—Uehe-hee~ No, no, no así así, Seam —aclaró elevándose en la atmósfera para darle fuerza a sus palabras—. ¿Recuerdas cuando me dijiste que deberíamos considerar ponerles un nombre a cada uno de nuestros actos para brindar una presentación adecuada a nuestro público? Fue entonces cuando pensé: "Seam odia las cosas peligrosas y yo soy un diablillo, diablillo". ¡Por eso la he nombrado de esta manera!

—Sigue sin tener mucho sentido —señaló Seam insatisfecho con la explicación.

—Soy un diablillo, un diminutivo —declaró deslizándose alrededor de la mesa que estuvieron ocupando de forma juguetona antes de volver a detenerse y enfrentar la mirada atenta del felino, quien por un momento describió la expresión de Jevil como espeluznante—. Soy el diminutivo de algo muy grande, grande —agregó como un arrullo.

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La desquiciada risa que emergió de su garganta reventó contra los muros, con la misma fuerza en que la hoja de la Cuchilla del Diablo chilló antes de cercenar la cabeza del Rudin rojo de un solo tajo. La sangre salió disparada del guardia real salpicando el rostro sonriente del bufón mientras admiraba su obra maestra, más no tardó en saltar hacia su siguiente contrincante quien con un grito de guerra pretendió detenerlo de una vez por todas pero se sorprendió siendo receptor directo de una serie de cortes trastornados que sin saber, realmente eran ataques de prueba muy bien ejecutados por parte del diablillo. La voz de alarma no demoró en distribuirse por los rincones del Primer Salón y llegar al resto de soldados quienes sin dudar acudieron al sitio donde Jevil había comenzado a crear conmoción, dispuestos a enfrentarse al oscuro que hasta ese momento no había mostrado signos de violencia contra los integrantes del castillo, razón por la que muchos Rudins y Head Hathys estaban contrariados con el desarrollo de aquella injustificada masacre que visualizaban desde sus posiciones. La gran cuchilla de Jevil danzaba de izquierda a derecha, girando en diversas direcciones por toda la zona para cobrar más vidas y regresar a sus manos igual a un boomerang mientras él creaba toda clase de hechizos que mantuvieran al margen a quienes intentaban interceptarle directamente con sus lanzas mágicas. Los gritos contenedores de un dolor infernal se desbordaron como agua para penetrar en sus oídos, incrementando la excitación que dominaba su alma en esos momentos de revolución. No quería parar. Aunque fuera consciente de lo que sucedía, Jevil era incapaz de frenar el progreso de tan aberrante batalla. Podía hacer cualquier cosa, porque él era una hoja en blanco esperando por ser expuesta a la tinta de su propio veneno. Sin embargo, siendo tan delicado también era capaz de cortar el vacío en que todos los oscuros se alojaban con pliegos de ignorancia. ¿Qué deseaba? ¿Qué prefería? Todo sería consumido por el caos al final. El caballero volvería a estas tierras abandonadas y el retorno de la reina era inevitable.

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