Parte Final

159 21 23
                                    

Jevil se sintió flotar a pesar de la inmovilidad de su propio cuerpo. Intentó abrir los ojos pero se encontró cautivándose de nuevo por la comodidad de aquella superficie tan blanda que comparó a la consistencia de una nube. Aquel sujeto le había hablado de estas bolas de vapor flotando en la atmósfera junto a los rayos de luz así que lo más cercano que había ahí en el Mundo Oscuro eran los algodones de azúcar, una receta típica de los poblados cercanos al campo. Recordar esto le hizo pensar en aquel felino de pelaje purpura cuyas relajadas facciones siempre le inspiraron seguridad, cariño y respeto. Desde su encuentro en en aquel pueblo fue como una bendición a su errante presente, con su sonrisa difícil pero deslumbrante y su irritabilidad felina. El diablillo no se dio cuenta en qué momento se sintió atraído por él, pues antes pudo resultarle interesante y hasta cómico en ciertas medidas pero jamás esperó enamorarse. No se percató cuándo comenzó a buscarlo con esos sentimientos burbujeando dentro de su pecho y estomago, tan parecida a la adrenalina que lo guiaba cometer travesuras. Unos instantes más pasaron antes de que tuviera fuerzas de abrir los ojos, reconociendo el aroma de Seam abrazando su cuerpo. Había más olores adornando el lugar pero el diablillo se enfocó en aquel que caracterizaba al gato de felpa, aunque este perfume característico estaba mezclado con otro más metálico. Se preguntó si el felino se había hecho daño con algo y pensarlo lo impulsó removerse como fue capaz.

—¿Seam? —sintió que el felino temblaba pero Jevil no comprendió el motivo de ello, su mente estaba tan aturdida que era incapaz de procesar recuerdos—. ¿Qué tienes... ? —el pequeño bufón no recibió una respuesta concreta, sólo escuchó un gemido adolorido vibrando en la garganta de quien lo mantenía apresado en el mismo sitio—. Seam...

—No hables —recriminó el mago en tono arrastrado, Jevil lo sintió temblar un poco más y esto comenzó a preocuparlo. Seam no solía abrazarlo, el minino siempre fue muy receloso con su espacio personal, raras ocasiones se sentía melancólico y aceptaba una considerable invasión a su perimetro, siquiera una palmada o caricia bajo su mentón.

—Seam...

—Todo está bien ahora... duerme, Jevil.

El diablillo no comprendía qué estaba sucediendo, pues aunque este abrazo no era desagradable no quería seguir ignorando el motivo de este cuando su propia alma golpeaba su pecho con tal fuerza. Le dolía la cabeza, y su visión no era capaz de enfocar nada más que ese pelaje purpura donde yacía postrada su cabeza. Quería decirle a Seam que no quería dormir, no si estaba sufriendo por algo que había hecho y quería solucionar, pero un extraño mareo lo atacó de pronto, y el dolor en sus extremidades lo aquejó mientras trataba de liberarse. Por muy absurdo que le pareciera no tenía fuerzas suficientes así que se encontró soltando un objeto que hasta ese momento se percató estuvo sujetando.

—Seam, ¿qué está pasándome? —cuestionó Jevil entrando en pánico—. No siento gran parte de mi cuerpo... cuerpo... ¡pierdo sensibilidad! ¡la pierdo! ¡Seam!

—Shhh —le tranquilizó—, estarás bien. Me temo que no tuve tiempo de medir mi magia, concentré demasiada, no esperaba que volvieras a la consciencia, de hecho temí haberte asesinado cuando dejaste de moverte.

—¿Qué estás diciendo, Seam? No te entiendo. —Las lagrimas se acumularon en los parpados del diablillo, distorsionando la luz que despedían sus pupilas doradas. Entonces un resplandor cálido volvió a envolverlos, empeorando el estado emocional del más pequeño, quien por primera vez estaba siendo sofocado por una sensación de pavor puro, algo que no había llegado a experimentar desde que tenía uso de razón; estaba aterrado. Seam volvía a usar su magia de pacifismo por miedo a que la lucha anterior pudiera repetirse.

—Calla y vuelve a dormir.

—¡No me hagas esto, esto!

—Duerme, Jevil —susurró dejando que el pequeño bufón se desplomara en sus brazos hacia atrás, colocandolo cuidadosamente sobre el suelo con la intención de observar su rostro y asegurarse de que estaba controlando su magia esta vez. Los parpados del diablillo yacían entrecerrados, observando con gesto relajado las facciones mancilladas del felino, heridas que habían reemplazado su carisma natural con trozos de algodón exhibido, manchados a su vez con sangre. Había tantos cortes que una punzada directa a su alma ayudó al diablillo entender la razón por la que estaba siendo sedado por la magia de su amado.

Linea DestructivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora