Habían pasado más de 400 años desde que Winderoy llevó el mensaje de Amat, pero solo 152 escasos años desde su instalación en el mismo santuario, pues a pesar de no querer Amat lo ordenó y no se podía cambiar su voluntad.
Durante todo aquel tiempo, los monjes se dedicaron a trabajar sobre el libro llegado. Lo habían leído e interpretado miles de ellos; tanto como los congregados en esa orden como los que solo estaban de paso. Entre los mismo habían debates en los pasillos o en las clases pero eran incapaces de llegar a una conclusión mayoritaria.
Muchos pensaban que se tratada de una profecía a pesar de estar inscritas en sus páginas las normas que debían establecerse y cumplir. La gran parte de los mojes ocupantes de cargos cercanos a gobernantes decidieron que sus majestades tenían instaurarlo como si se tratase de un decreto a seguir por todos los ciudadanos para el progreso y el bienestar de donde habitaban.
Tanto convenció a los reyes, gobernadores, cónsules y emperadores, la propuesta que accedieron a establecerlo con el nombre "El Mandato de Amat".
Por el contrario solo unos pocos de los monjes habían tomado contacto directo con el enviado de Amat, vieron su punto de vista, advirtiendo a sus reyes de no hacer lo mismo que los demás.
Uno de ellos fue Paü, emperador de Lucero de Arena, llamado así por su situación. No era un dominio demasiado extenso, por lo que el hombre podía gobernar el territorio por sí mismo, sin problema alguno. Se caracterizaba por la peculiaridad de estar en mitad de una gran zona arenosa, donde el clima era demasiado caluroso; menos para los seres que allí vivían. La ciudad protegida por muros, contaba con sus edificios creados a partir de arcillas, dándole un color amarillento y rojizo, a diferencia del palacio de mármol blanco que simulaba un oasis.
En el centro se encontraba un gran edificio cuadrado con una cúpula dorada, adornada por esmeraldas y topacios. A su alrededor se encontraban cinco grandes torres simulando la estructura de las palmeras. Cada una de ellas con una función diferente. La centras de ellas, situadas tras del edificio, la más amplia. Era la estancia principal del emperador desde la cual se podía ver la construcción de una enorme fuente de agua entre ambas construcciones. Se trataba de un imperio joven, no totalmente desarrollado.
Paü con sus apenas 212 años, construyó un imperio tras la muerte de su padre, gracias a las riquezas que poseía. Realmente solo hizo el palacio ya que poco le importaba su pueblo.
Él era el reflejo viviente de su palacio. Joven, esbelto, de piel pálida a penas manchada por alguna marca de nacimiento, imperfecciones a su ser tan perfectas que nadie o casi nadie era digno de admirarlas.
Tal era su adoración por su propio cuerpo que día a día lo mimaba y lo cuidaba, lo trataba como el mayor tesoro de su reino.
A su cuidado disponía a dos jóvenes mujeres, nunca serían las mimas. Ofrecían su servicio una vez al día para al finalizar, ser ejecutadas o en un momento de bondad desvelado por el emperador, eran torturadas hasta que juraban no hablar sobre su cuerpo, o simplemente se les cosía los labios o le arrancaban la lengua añadiendo el borrado de su memoria. Así era, es y será hasta la muerte de Paü, pues quería estar seguro de que nadie juzgaría su aspecto. Le gustaba infundir miedo con ello, buscando ser respetado aunque el odio estuviese de la mano. Bien poco le importaba ese sentimiento dirigido a su ser.
Solo un hombre sobrevivió a ser mínimamente dañado. Su nombre era impronunciable para muchos, así que el emperador le dio uno a su gusto: Balthazar.
Paü decidió el nombre siendo conocedor del humor irascible del bautizado por él. De modo que sí se aburría, solo tendría que hacerlo enojar llamándolo por su femenino; Bal o Balière.
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Balthazar
AléatoireLa guerra viene, el amor solo es cosa de enredos y sábanas de la cama, nada es suficiente para el egoísmo del príncipe del sol hasta que lo encontró a él y jamás osará liberarlo.