Capítulo 2

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La noche estaba nublada por completo, de la luna no había rastro y si no fuera de la iluminación del centro de la ciudad, podríamos caminar en una oscuridad total.

La conversación fluía con completa naturalidad, Daniel vivió toda su vida en Barcelona toda su educación primaria, secundaria (básica y media como se conoce aquí en Chile) y la universidad, vino de intercambio a realizar un máster en Gestión de Negocios específicos en sustentabilidad, donde había escogido Chile por sus grandes campos de remolinos para energía eólica, además porque siempre había querido conocer América Latina. En España, vivía con sus padres y hermanos, todos hombres y menores.

¿Cuánto tiempo llevas en Chile? —Intenté seguir la plática, destinándola en él, pues quería evitar toda costa hablar de mi historia histórica.

—A penas un mes, pero créeme tuvo más evaluaciones que en un año de secundaria. Estoy al límite, es más decidí quedarme a estudiar en la biblioteca, pues la residencia en la que estoy, el salón de estudio no es muy silencioso, mañana tengo una pequeña evaluación y no me siento realmente preparado.

—Que duro, pero bueno ya llegarás a tu recompensa.

—Eso espero que haya pasado completamente agobiado ¿Qué hay de ti? ¿Estudias?

—La verdad es que no, postergué mis estudios para poder trabajar.

—Vaya, ¿es posible saber el por qué?

No quería hablarlo, odiaba deprimir al resto con mi pasado, odiaba tener que abrirme y llorar en público, no quería abrir nuevas heridas, no quería recordar ese día, porque si bien la terapia ha hecho maravillas con mi mente y corazón, aún duele recordar todo y supongo que jamás dejará de hacer, porque es parte de vivir, las alegrías nos recuerdan porque debemos seguir viviendo, pero las penas nos recuerdan que somos humanos.

Afortunadamente, habíamos llegado a destino, por lo que fue sencillo esquivar el momento.

—Hemos llegado —intenté sonar pacifica, como si no quisiera cambiar el tema de conversación —El metro esta en la esquina justo allí —señalé aquel luminoso letrero con los tres rombos que titulaban bajo ellos "Estación Universidad Católica" —Aunque debo serte sincera, retrocediste una estación.

Sonrió, creo que me agradaba su sonrisa, era cálida y honesta.

—Tranquila, desde mi llegada que no he conversado así con alguien, la verdad ha sido muy cómodo hablar contigo.

—Pienso igual.

Un pequeño silencio se presencio entre ambos, el único ruido a nuestro alrededor era el de los autos transitar a nuestro alrededor, este chico tenía algo que despertaba mi interés. Si bien era indudablemente atractivo, algo tenía su mirada, quizás su aura que me atraían, era extraño a penas lo conocía, pero a simple vista llamaba mucho mi atención. Deseaba que esto no acabase acá.

—Bueno, creo que debo entrar —interrumpí aquel silencio.

—Si —a penas musito —¿Te veré luego? —lo miré curiosa, inmediatamente el añadió —Ya sabes cuando devuelva el libro.

—Claro, si, pensé exactamente eso —respondí aceleradamente —Bueno, adiós.

Me acerqué a el y bese su mejilla, pero antes que se alejara el movió su rostro y beso la otra. Por un momento me desconcerté, pero luego asumí que debía ser alguna costumbre de su país, o al menos eso creí haber visto en una de las series españolas que últimamente están muy de moda.

Lo vi alejarse a paso lento por la calle y luego desaparecer en las escaleras del metro.

Tomé las llaves de mi bolsillo y abrí la reja exterior del edificio, luego entre y en la recepción estaba José, el conserje, quien se encontraba sumido viendo vídeos su celular e ignoró por completo mi presencia en las cámaras. Es más, ni siquiera me vio pasar a su lado en dirección a los ascensores. Ya dentro de este presione el piso número ocho y esperé hasta llegar, nuevamente saque las llaves de mi bolsillo y abrí la puerta de mi hogar, entré con sigilo creyendo que Tito estaría durmiendo, pero al contrario, se encontraba de pie frente al ventanal mirándome con una sonrisa de oreja a oreja.

Hasta que se nos acabe el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora