CAPITULO 5

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Capitulo 5

El Boeing 727 de la Eastern Airlines abandonó el aeropuerto de Tegucigalpa a las diez de la mañana, con dos horas de retraso sobre el horario previsto a causa de una climatología adversa. En la terminal, Dulce, inquieta, miraba el cielo negro que avanzaba hacia ellos. Listo para el despegue, el comandante del aparato puso los motores a toda potencia a fin de contrarrestar el viento de través que cruzaba la pista. Las ruedas abandonaron el suelo y el avión dio un salto, intentando elevarse para atravesar lo más rápidamente posible la capa de nubes. Sentada y con el cinturón abrochado, Dulce era sacudida por las violentas turbulencias; ni siquiera cuando se lanzaba en su 4 X 4 a toda velocidad por la pista se movía tanto. Un rayo alcanzó el fuselaje y a las diez y veintitrés minutos la caja negra grabó la voz del copiloto, comunicando a la torre de control que el motor número dos se había parado y que perdían altura. Además del vértigo, Dulce sintió una náusea indescriptible. Se colocó ambas manos en el bajo vientre. El avión continuaba descendiendo. La tripulación necesitó tres minutos para poner en marcha el reactor y recuperar altura. El resto del viaje transcurrió en el silencio que con frecuencia se instala después de un momento de miedo.

En la escala de Miami tuvo que correr para no perder su conexión. La carrera por los pasillos era agotadora, su bolsa le pesaba y un nuevo vértigo la detuvo brutalmente. Recuperó el aliento y reanudó su marcha hacia la puerta de embarque, pero era demasiado tarde. Tuvo que conformarse con ver cómo despegaba su avión.

Christopher miraba por la ventanilla del autobús que lo condujo al aeropuerto de Newark.

Ella tomó el siguiente vuelo dos horas más tarde. Sólo subsistía el mareo por encima de las nubes. Empujó la bandeja e intentó dormir.

La sala estaba desierta como casi siempre al final de la mañana, salvo cuando había un congreso o era el comienzo de las vacaciones. Se instaló en su mesa. Después del almuerzo, el lugar quedó de nuevo vacío y el camarero de la tarde sustituyó al de la mañana. El hombre lo reconoció enseguida y le saludó. Christopher se levantó, se sentó delante de él. Christopher le contaba el año que había pasado.

Durante todas esas horas, dos sillas invertidas prohibían el acceso a una mesa, la que estaba junto al ventanal. Dulce llegó en el avión de las nueve de la noche.

¿Cómo te las arreglas para ocupar siempre la misma mesa?

Primeramente, me lo pediste el día de tu primer viaje y, en segundo lugar, ¡tengo talento! Te esperaba en el vuelo anterior. Dicho esto, por muy extraño que parezca, jamás la he encontrado ocupada.

La gente sabe que es nuestra.

¿Comenzamos por la revisión física o por la moral?

¿He cambiado tanto en este año?

No, tienes la cara de alguien que acaba de viajar. Eso es todo.

El camarero puso la copa de rigor sobre la mesa. Dulce sonrió y la apartó con gesto discreto.

Tú tienes buen aspecto, habláme de ti.

¿No te lo comes?

Tengo el estómago revuelto. El vuelo ha sido infernal y he pasado algo de miedo. Uno de los motores se paró.

¿Y qué sucedió? preguntó él, inquieto.

Ya ves, estoy aquí. Al final se puso otra vez en marcha.

¿Quieres otra cosa?

No, nada. No tengo apetito. No me has escrito mucho este año.

Tú tampoco.

La mirada de una mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora