CAPITULO 9

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Capitulo 9

Aquel verano no hubo campamento de vacaciones. De vuelta a la escuela, Lisa abordó sus estudios con una nueva actitud, que halló una traducción explícita en el boletín de notas del primer semestre. Diego se distanciaba un poco de su hermana; la adolescencia los separaba de forma provisional.

Por Navidad Anahi explicó a Lisa que lo que le acababa de suceder era normal. Esa sangre no era en absoluto la señal de una lucha de su cuerpo contra un miedo cualquiera; simplemente significaba que estaba a punto de convertirse en mujer. Y serlo no iba a ser nada sencillo.

En enero Anahi organizó una gran fiesta para celebrar los dieciséis años de Lisa. Esta vez toda la clase respondió a su invitación. Durante la siguiente primavera Anahi sospechó que en la vida de Lisa había un amorío y le impartió una extensa lección sobre las particularidades de la feminidad. Lisa dio poca importancia a los detalles físicos, pero prestó una especial atención a todo lo relacionado con los distintos sentimientos. El arte de la seducción la fascinaba hasta el punto de que dio lugar a múltiples conversaciones entre ellas. Por vez primera era Lisa quien las iniciaba. Ávida de explicaciones, buscaba la compañía de Anahi que, encantada con este pretexto, destilaba sus respuestas con parsimonia.

Por la languidez que se adueñó de Lisa al aproximarse las vacaciones de verano Anahi adivinó que el amor había hecho mella en el corazón de la chica. Los meses estivales son detestables a esa edad cuando se está enamorada, y las cartas que los jóvenes se prometen intercambiar no logran colmar ese vacío que se descubre por primera vez en la vida.

Lisa besó a Anahi y le dijo al oído que el chico en cuestión se llamaba Stephen.

-¡Está bien, Stephen! -contestó Anahi en voz alta-. Aquí empiezan tus problemas; vas a pasar el verano deseando que acaben las vacaciones. Nosotras nos ocuparemos de ello.

Durante el verano, que de nuevo pasaron todos juntos en Hampton, Lisa escribía en secreto dos veces por semana al citado Stephen. Eran cartas cuyas palabras le aseguraban que pensaba mucho en él, pero también que conocía a muchos chicos SIMPÁTICOS y que estaba pasando una vacaciones GENIALES HACIENDO MUCHO DEPORTE. Ella esperaba que él se divirtiese en su campamento de vacaciones y añadía que estas dos palabras le parecían contradictorias. «Un poco de vocabulario no le hará daño», había respondido Anahi a Lisa, que se había decidido a preguntarle si el término «contradictoria» no resultaba un poco pomposo.

De regreso en la escuela, Lisa volvió a encontrar a Stephen, en su clase y en su vida.

Al llegar el mes de noviembre la languidez volvió a emerger a la superficie, y Anahi supo que Stephen se marchaba, esta vez con su familia, a esquiar a Colorado. Sin consultar con nadie, en el curso de la siguiente comida Anahi decidió que sería formidable que Lisa aprendiese a esquiar bien.

La invitación de Cindy, la hermana de Stephen, para que pasase las vacaciones con ellos venía al pelo. A Christopher no le gustaba la idea de que la familia estuviese separada el día de Navidad, pero Anahi sostuvo firmemente su punto de vista, puesto que el viaje estaba previsto para el día 27. En la Nochevieja se telefonearían. Había que aprender a ser mayor, ¿no?

Sólo recibieron una tarjeta postal la víspera de su regreso, y Anahi tuvo que explicar a diario a Christopher que había que celebrarlo. Por el contrario, si Lisa hubiese escrito cada día, sí que habría sido un motivo para inquietarse.

Pasaron el Fin de Año los tres solos, y bien decidida a asumir esta separación ante los demás, Anahi preparó una suntuosa cena.

La jovencita volvió bronceada, feliz y con dos medallas ganadas en las pistas. Anahi conoció por fin al famoso Stephen en unas fotografías de grupo.

Durante los siguientes dos meses a Anahi le venía a la cabeza cada vez con mayor frecuencia la idea de reanudar su carrera profesional. Había comenzado a redactar crónicas «sólo por el gusto de hacerlo». Por curiosidad desayunó con el nuevo redactor jefe del Montclair Times, al que había conocido en la facultad, y para su gran sorpresa él la invitó a que le hiciera llegar un texto.

Anahi arregló la habitación de Lisa y, como ya hacía calor, decidió dar la vuelta al colchón y ponerlo del lado de verano. Es así como encontró el gran cuaderno de tapas negras. Dudó un momento, pero a continuación se sentó ante el escritorio y empezó a hojearlo. En la primera página, pintada con acuarelas, estaba la bandera de Honduras. Página tras página, el nudo que se le había formado en la garganta se estrechaba cada vez más. Todos los artículos aparecidos en la prensa sobre los ciclones que padeciera el planeta en el curso de los últimos años habían sido recortados y pegados en aquel álbum secreto. Todo lo que trataba de forma directa o indirecta sobre Honduras aparecía ordenado por fechas. Era como el cuaderno de bitácora de un marinero que se hubiera alejado de tierra firme y soñase día y noche con volver al lado de los suyos para contar su increíble periplo.

Anahi cerró el cuaderno y lo volvió a colocar en su sitio. Durante los siguientes días guardó silencio sobre el descubrimiento. Y, si bien la familia notó que su humor había cambiado, nadie pareció adivinar que un corazón se puede marchitar en pocos segundos.

En cuatro ocasiones ya desde el comienzo del verano y sin previo aviso, había preguntado a Christopher qué deberían hacer para celebrar como era debido los diecinueve años de Lisa. Cuando él le respondía divertido que tenían dos buenos años para pensarlo, ella replicaba, molesta, que a veces el tiempo pasa tan deprisa que apenas se da uno cuenta de ello.

Aquella mañana, después del desayuno, mientras Lisa acompañaba a Diego al estadio de béisbol, ella sacó el tema una vez más.

-¿Qué tienes, Anahi? -preguntó Christopher.

-¡Sígueme, tengo que mostrarte una cosa!

Lo llevó a la habitación de Lisa y metió la mano debajo del colchón. También él hojeó meticulosamente las páginas del álbum.

-Está muy bien hecho. Tiene un verdadero sentido artístico. Estoy muy orgulloso. ¿Crees que mi trabajo le ha influido?

Anahi apretó los dientes para retener las lágrimas de ira que le asomaban a los ojos.

-¿Es eso todo lo que te inspira? Páginas enteras sobre los huracanes y sobre Honduras, y ¡tú te interesas por su capacidad como maquetista!

-¡Tranquilízate! ¿Por qué te pones así?

-¿No ves que ella sólo piensa en eso, que está obnubilada por ese maldito país y por las odiosas tormentas? Creí que había logrado inspirarle otra cosa. Pensaba que había logrado despertar en ella el interés por otro tipo de vida. Tres años pasan pronto.

-¿Pero de qué me hablas?

- Si tu madre hubiese sido asesinada, si quienes poblaron tu infancia hubiesen caído a manos del mismo asesino, ¿no estarías obsesionada por los asesinos en serie?

-No veo la relación.

-Los huracanes son los asesinos que la acechan de noche. ¿Quién mejor que tú conoce la necesidad de buscar, leer y catalogar para comprender mejor? Es así como te justificabas cuando eras estudiante y no aceptabas ir a cenar conmigo, para quedarte a redactar tus textos. Los huracanes mataron su infancia, así pues, ella los cataloga, los recorta y los pega en un álbum.

La mirada de una mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora