Capitulo 6
La lluvia resbalaba sobre la cubierta de madera. Instalado bajo la armadura del techo, iluminándose con la luz de una única lámpara, corregía sus últimos esbozos. Al igual que cada fin de semana, Christopher recuperaba el retraso acumulado durante cinco días.
Antes de volver a sus dibujos lanzó una mirada a la foto de Dulce, que en un marco de vidrio descansaba sobre una de las estanterías. Había pasado mucho tiempo desde el día de su boda. En medio de la mesa destacaba la antigua caja que contenía todas sus cartas. Estaba cerrada con un candado, pero la llave siempre se encontraba sobre la tapa.
¿Cuántos años hacía que no se escribían? ¿Siete, ocho, nueve quizá? En un rincón de la habitación se hallaba la escalera que conducía al piso inferior. Anahi había permanecido toda la tarde sentada a la gran mesa de la cocina americana y pasaba lentamente las páginas de una revista, dejando volar sus pensamientos. Desde allí veía a Diego, su hijo de cinco años, que estaba al otro lado de la puerta de corredera absorto en un juego. Christopher bajó de su despacho una media hora después, como cada tarde, y le ayudó a terminar de poner la mesa. Después de besarla, sus dos «hombres» se instalaron en el lugar acostumbrado.
Dejó de llover tan sólo al amanecer. Las aceras mojadas brillaban bajo la pálida luz de la mañana. Diego ya se había levantado y se dirigía al salón. Anahi había oído el ruido de los escalones de la entrada y se puso la bata, que había dejado al pie de la cama. El niño ya estaba al pie de la escalera cuando sonó el timbre y puso la mano sobre el pomo de la puerta para abrirla.
Diego, ¡te he dicho mil veces que no toques la puerta!
El niño se volvió y miró con fijeza a su madre. Ella bajó y llegó a su lado, apartó a su hijo, que se colocó detrás, y abrió la puerta. Una mujer vestida con un traje chaqueta azul marino, cuya seriedad contrastaba con la atmósfera de aquel domingo de otoño, estaba en el descansillo, tan derecha como un palo.
Anahi levantó la ceja izquierda. Cultivaba cuidadosamente esta expresión que desencadenaba las risas de su hijo y la sonrisa de su marido; esta mímica se había vuelto un gesto habitual con el que expresar su asombro.
¿Vive aquí el señor Nolton? preguntó la desconocida.
¡Y también la señora Nolton!
Tendría que ver a su marido, me llamo...
¡En domingo y antes de que pase el lechero! ¡Qué oportuno!
La mujer no intentó terminar la frase ni tampoco disculparse por la temprana intrusión. Ella insistió, tenía que ver a Christopher lo antes posible. Anahi quiso saber qué era lo que justificaba que tuviese que despertar a su marido en el único día de la semana que éste podía descansar. Puesto que el «tengo que verle» no le pareció un motivo suficiente, la invitó a que volviese a una hora más propia.
La mujer lanzó una mirada furtiva al coche que se hallaba estacionado delante de la casa y reiteró su petición.
Sé que es muy temprano, pero hemos viajado toda la noche y nuestro avión sale dentro de pocas horas. No podemos esperar.
Entonces Anahi prestó atención al vehículo que estaba allí aparcado. Un hombre corpulento iba al volante. Había otra mujer en la parte de delante, con la cabeza pegada a la ventanilla. Estaba muy lejos para que Anahi lograra distinguir sus rasgos, incluso frunciendo los ojos. Sin embargo, le pareció que sus miradas se cruzaban. Habían bastado unos segundos de distracción para que la intrusa intentase entrar en su casa; había levantado la voz y llamaba a Christopher a gritos. Anahi le dio con la puerta en las narices.
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La mirada de una mujer
FanfictionLa mirada de una mujer Christopher y Dulce son amigos desde la infancia, y aunque su relación es muy estrecha ella se ha mantenido siempre un poco distante. La muerte de los padres de Dulce en un accidente de coche es al causa principal que la lleva...