Avaricia

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Nunca se me dio eso de levantarme temprano, así que cada mañana junto todas las fuerzas sobre la faz de la tierra para poder ponerme de pie. Me visto de prisa, tomo algo de desayunar y salgo de mi departamento rumbo al trabajo. ¿Por qué? Lo que más quisiera es quedarme dormido hasta que mi cuerpo se sacie. Me levantaría a eso de las 10 e iría por el brunch. La tarde la pasaría escribiendo artículos para alguna revista y  en la noche descansaría viendo alguna película.

Por desgracia, ésa no es mi vida y debo levantarme temprano como lo hacen millones, que se apretujan en el tráfico buscando llegar a tiempo a su lugar de trabajo. Lamentablemente no soy tan único ni especial. Todos estamos en el mismo barco. Los únicos bastardos que se salvan de este martirio son los soñadores: esos pocos locos que aman su oficio y lo hacen de corazón.

No me crean un ingrato. Me gusta mi trabajo y tengo buenos colegas en la oficina (a pesar de que sean unos completos imbéciles la mayor parte del tiempo, aun así se les quiere). El único problema que puede hacer la jornada insoportable es nuestro jefe, el señor Avaricia.

Las compañías de hoy no son muy diferentes unas de otras; ya sea que vendan partes automotrices, computadoras o la mierda más inimaginable, todas tienen una estructura similar: un presidente o corporativo que se encarga de dictar las órdenes desde arriba y velar que el producto se venda y produzca ganancias. Del jefe vienen las diferentes gerencias, de acuerdo al departamento al que pertenezcan: recursos humanos, calidad, distribución, producción… en cada uno de esos departamentos,  los asalariados trabajaremos como autómatas la mayor parte del tiempo, dando vueltas como engranes que hacen que la enorme maquinaria llamada capitalismo funcione a la perfección.

Sinceramente no hay mucho de donde escoger hoy: o luchas por ser un exitoso hombre de negocios o un bohemio en boga al margen del sistema (que tarde o temprano se hará de un buen puesto en el gobierno en algún departamento de cultura o turismo). La sociedad occidental y su consumismo nos han envuelto en este ritmo de vida de eterna producción y consumo. Automóviles, aparatos electrónicos, teléfonos, seguros de vida, libros de autoayuda… ¿Tu aparato está “casi nuevo”? ¡Pero si acaba de salir a la venta la nueva versión 2.0! ¡Tira eso a la basura y adquiere la nueva edición!  En fin, yo no soy nadie para hablar acerca del capitalismo así que dejemos eso. Estaba a punto de despellejar a mi jefe así que volvamos a lo que nos atañe.

En esta urbe corporativa caí precisamente en las garras de Avaricia, o debería nombrarlo el dueño de nuestras almas de aquí a que le seamos innecesarios. Somos tres en nuestro departamento de ventas. Hoy las ventas en cualquier negocio son la piedra angular, la columna vertebral que le permite a una empresa subsistir. Bueno, para que me entiendan, vender lo es TODO. En palabras textuales del señor Avaricia: “si no hay clientes, no hay dinero, y si no hay dinero, no tengo para pagarles”. Sencillo, ¿verdad? Y es así como nos tienen a tres pobres diablos buscando clientes para vender seguros y otras protecciones contra los males más inverosímiles bajo el yugo del señor Avaricia.

- ¿Tanto detestas tu trabajo, Fefo? –me preguntó un jueves el Todopoderoso queriendo sonar casual.

- ¡No tanto como debes de odiar el tuyo, Señor! –le respondí-. Gobernar a millones de humanos ingratos, indisciplinados, estúpidos y haraganes no debe ser tarea fácil.

- ¡Aunque no lo creas, Fefo, yo estoy enamorado de mi trabajo! El universo no se va a sostener en orden por sí solo. ¡Ser el Señor del Universo es el trabajo más maravilloso del mundo! –exclamó el Todopoderoso con una gran sonrisa.

- ¡Lo que tú digas! Un examen de calidad no te vendría mal de vez en cuando para poner este negocio a flote. Aun así no creo que seas un jefe tan despiadado y ruin como el mío.

Ateo y Dios. El café de los juevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora