Lujuria

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El otro miembro de mi equipo de trabajo es el galán de la oficina, Luján Lujuria. Todas las trabajadoras de la compañía han salido con él alguna vez y casi todas lo han abofeteado también al menos en alguna ocasión. A él no le importa; con su personalidad encantadora hechiza a cualquier incauta que se cruza por su camino. He de confesar que le tengo envidia, ya que Lujuria siempre, SIEMPRE, logra lo que se propone. Su computadora es un nido de pornografía y perversión que varias veces al mes tiene que ser formateado para hacerlo funcionar debido a la legión de virus que le afectan. El señor Avaricia se hace de la vista gorda, y es que no va a perder a su mejor vendedor por una nimiedad como ésa.

- ¡Sé que te esmeraste en darme un equipo de trabajo tan peculiar, ni yo mismo lo hubiera podido escoger mejor!-le dije a Dios un jueves.

- ¿Recuerdas que de niño les pedías a tus compañeros de escuela sus juguetes rotos y tú con mucha dedicación los traías a la vida? Es algo muy similar lo que haces con las personas. Por eso estos freaks vienen directo a ti, Fefo, para que endereces un poco sus caminos y los ayudes a limpiar los esqueletos que tienen guardados en el armario.

- ¡Gracias, Señor, no te hubieras molestado! –le contesté mientras sorbía mi espresso.

Cierto que Lujuria es un caso muy especial. Hace poco se divorció de su esposa con la que estuvo casado unos dos años a lo mucho. La separación fue muy dolorosa y ella lo acusó de infidelidad, tachándolo de pervertido (¡y vaya que motivos le sobraban para asegurar esto!). A partir de allí, Lujuria ha tenido numerosas parejas que sólo le duran unas cuantas semanas o meses. En las fiestas de trabajo siempre aparece con una acompañante diferente. Para no confundirme con el nombre de la mujer en turno, le pregunto a Lujuria siempre por “su querida”. Él se ríe y se enorgullece de su condición de macho.

- ¡Pero es que debes reconocer que este hombre tiene algo especial! –me aseveró Dios con un guiño de “sabes a lo que me refiero”.

Y es que Lujuria no es un mal partido: A sus 30 años luce un cuerpo de ensueño por pasar varias horas ejercitándose en el gimnasio (y aprovechando bien el tiempo para hacer nuevas conquistas). Además es alto, tiene la tez clara, su cabello castaño bien peinado, siempre viste a la moda y tiene una mirada que derrite a las mujeres. ¡Vamos, que al lado  de este hombre de portada de revista la autoestima se me viene abajo y eso tomando en cuenta que yo también tengo cierto atractivo!

- ¡No te quejes que sales bastante con Lujuria!

- ¡Me dejo arrastrar bastante por Lujuria, querrás decir!

Siempre me atosiga diciéndome que aún no he podido superar a Ira y en eso me cuesta aceptar que tiene algo de razón. Después de mi anterior relación no he intentado algo serio con ninguna otra mujer. Claro que tengo salidas ocasionales con chicas o compañeras del trabajo pero nada se concreta.

Ése es el motivo perfecto que necesita Lujuria para armar citas dobles, o bien excursiones a bares y centros nocturnos, donde él desaparece con la primera chica que dé su brazo a torcer. Muchas otras veces ha querido contratar prostitutas pero le digo que no pienso gastar mi sueldo en algo que puedo obtener en una relación más o menos seria. Lujuria se limita a lanzarme una sonrisa de desdén y se va a algún prostíbulo a pasar la noche.

- Pero la semana pasada fue diferente, ¿verdad?–preguntó muy interesado el Señor de los Ejércitos-. Me gustaría escuchar de tus labios porque tienes el ojo morado, ¡y no me vayas a inventar que te caíste de la cama!

- La semana pasada Lujuria me llevó a un Table Dance. No es la primera vez que lo hacemos, pues otras veces nos ha acompañado Pereza o algún otro integrante masculino de la oficina. No tengo nada en contra de estos lugares, de hecho pienso que la actitud de los hombres que frecuentan estos centros nocturnos es más problemático que el oficio de estas mujeres. ¡Vamos, que quitarse la ropa lo puede hacer cualquiera!

Ateo y Dios. El café de los juevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora