1. La mordida.

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Ese día todo le había salido mal.

Después de ir a ver a su amiga la Sra. Mica al asilo había empezado a llover, el transporte lo dejó y tuvo que correr bajo la lluvia hasta la siguiente esquina para alcanzarlo, se había encontrado a su jefe justo cuando entraba en el ascensor y había tenido que soportar esa mirada despectiva los tres minutos.

Ahora mismo se preparaba un café en un intento por calentar su cuerpo un poco, pero había terminado quemándose los dedos por el temblor, se estaba resfriando, esa mañana había tomado los supresores así que no podía tomar más medicamento hasta dentro de un par de días.

Eso quería decir que el resfriado lo atacaría sin piedad.

Juntó sus manos alrededor de la taza dándole alivio en sus manos frías. Quería ser más fuerte, lo intentaba pero entre el asilo y el trabajo lo dejaban totalmente agotado.

- ¡Park!

Sus manos empezaron a temblar más, su jefe de nuevo estaba enojado, él nunca le tenía piedad, mucho menos ahora que se sentía enfermo. Se levantó de su escondite, la pequeña cocina que había en ese piso y se asomó con miedo, viendo que en sus manos sostenia un escrito que el había redactado hacía un par de días. Cerró los ojos haciendo un puchero cansino.

- ¡Park! ¡Acaso no te dije que corrigieras esto! ¿por qué no lo has echo?

La situacion era que ya lo había corregido, pero al parecer de nada había servido, mentir era la mejor manera de prevenir una catástrofe.

- Apenas lo corregire Jefe.

Se acercó a él lo más derecho que pudo, los huesos le dolían y problamente tendría la cara demacrada, conclusión un desastre.

- ¡No te vas hasta que lo termines! ¡me urge!

Lanzó las hojas en el escritorio y desapareció en su oficina enojado azotando la puerta. El se sentó mirando triste los papeles esparcidos, si tan solo no se hubiese huido de su casa haciéndose el valiente.

Si tan solo no tuviera que pagar las facturas de los cuidados de la Sra. Mica, la única persona que le había brindado ayuda hacía dos años que llegó a la ciudad de Seul, ahora no podía solo abandonarla, le tenía un gran cariño y le era difícil ver como día tras día iba perdiendo más la consciencia de la realidad.

Por eso trabajaba jornada completa en ese puesto que nadie quería, el único que estaba vacante cuando busco sin cesar, el era asistente del Editor Jeon Jungkook, un tipo que desayunaba espinas y vísceras, le tenía que aguantar su mal humor todo el día, no podía darse el lujo de abandonar su trabajo, debía parecer un humano normal y allí en la última planta del edificio siendo el asistente del más despiadado editor estaba seguro de la miradas curiosas, pues no había flujo de gente, su lobo omega se sentía a salvo de algún alfa perdido.

Agarró los papeles y comenzó a leer las anotaciones.

Debía de reconocer que no era tan habilidoso como asistente pero parte de su torpeza era el miedo el que actuaba antes que el.

Miró atraves del vidrio como su jefe caminaba de un lado a otro de la estancia hablando, bueno más bien, gritándole a alguien.

Suspiro y se dispuso a escribir.

La puerta se abrió de sopetón.

- ¡Park! ¡dime que mandaste los contratos para los escritores de la siguientes publicaciones!

Su corazón se aceleró y lo miro fastidiado consigo mismo. Luego su mirada era más dura que el veneno de mil serpientes, su omega tembló con miedo.

Magic BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora