Capítulo 1

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El ocaso, las risas y su respiración agitada eran lo único que ella lograba recordar

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El ocaso, las risas y su respiración agitada eran lo único que ella lograba recordar.

Apenas intentó abrir los ojos, la joven percibió el olor a tierra mojada impregnado en el ambiente, sin embargo, un intenso dolor de cabeza tomó el protagonismo por sobre todos sus sentidos.

Como pudo se acomodó hasta quedar sentada sobre una gran alfombra de hierba y hojas caídas que crujían ante sus lentos movimientos. Intentó levantarse cuando de repente una voz dijo:

—¿Qué estás haciendo aquí?

La chica no lograba ver con claridad, solo distinguía algunas sombras entre la tenue y borrosa oscuridad. El firmamento nocturno ya había empezado a cubrirlo todo en el mundo ordinario 

«¿En dónde estoy?», divisó la luz de las altas luminarias ubicadas al otro lado de la vieja cerca de madera.

—Estás en propiedad privada —la voz se escuchó más clara.

La joven miró hacia atrás tratando de ubicar a la persona que le respondía, pero sólo divisó una antigua casa deshabitada.

—Lo siento, no sé cómo llegué aquí —se llevó una mano a la cabeza; el dolor iba en aumento y amenazaba con ser mucho más intenso que el del resto de su cuerpo.

—No te ves bien. Vuelve a casa. Este lugar ya no es seguro.

—No sé en dónde estoy —chilló la joven sin dejar de mirar alrededor—. Por favor, permítame estar… unos mi-nu-tos más —comenzó arrastrar las palabras al sentir los párpados pesados; de pura suerte seguía consciente.

Una silueta surgió de entre las sombras más profundas del jardín descuidado para levantarla con poco esfuerzo.

—No cierres los ojos, aún están aquí.

«¡Amiga, no corras! ¡Solo te queremos acompañar!», fragmentos de voces volvieron a la mente de la chica, causándole un súbito temor. Sus ojos se abrieron tanto, que por un instante creyó ver mejor en la oscuridad. Entonces vió a la mujer a su lado.

—Te están buscando, debemos irnos —susurró la desconocida colocando el brazo de la joven sobre su hombro para ayudarle a caminar.

El viento era fresco y soplaba con mucha más fuerza a cada paso que daban. Varías hojas secas comenzaron a caer del único árbol que habitaba el espeso jardín, cubriendo el angosto camino de concreto que daba a la casa. 

La mujer se tambaleó por un instante ante el peso de la chica quién no era más alta que ella. Su fuerza iba en descenso, pues ya llevaba algunas horas en el mundo ordinario.

—¡Mierda! —Intentó avanzar con mayor rapidez y eso provocó que la joven gimiera de dolor.

—¡Me duele la pierna! Ya no puedo —la chica se agachó para sobar la rodilla que tenía inflamada y raspada.

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