Capítulo 2

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Me estaba afeitando y me corté, es como mi rutina para empezar bien el día, ver la escarlata que llevo por dentro caer y ver como monstruos de un laberinto se la llevan. Que atrocidad más grande oye.

Sinceramente no tengo mucho que contarles, estoy con un cansancio enorme, pronto me tengo que ir a la universidad para una clase que me aburre un montón y después ayudar en una ayudantía. Sí, trabajo como ayudante en una ayudantía sobre la literatura española. ¿Qué puedo decir? Soy la Dulcinea del Quijote.

Empaqué mis cosas y me fui, tenía la clase en noventa minutos y la ayudantía mucho más tarde, iba a tener que quedarme haciendo hora, ni loco iba a volver.

Llegué a la universidad, mismo ambiente de siempre con la misma gente de siempre, es ya algo bastante rutinario y me aburre lo rutinario, no digo que me gusten las sorpresas, ni se les ocurra pensar eso de mí, pero de vez en cuando me gustan esos desafíos inesperados que la vida y la gente (a veces también gentuzas) te pueden otorgar. Ya saben, una diversión de golpe y porrazo, honestamente no sé qué significa eso de golpe y porrazo, pero me dio tanta risa que se los tenía que contar mis queridos lectores de sea lo que sea que esto se convierta.

En mi clase de Lengua Latina me dediqué a escuchar y a tomar apuntes, de esa clase no les puedo comentar mucho que digamos. Pero lo que me pasó después les va a gustar. Tengo la costumbre de ordenar las cosas para la clase de la tarde en una cafetería acompañado de un café, y como la costumbre es más fuerte que el amor, apenas terminó mi clase me fui para allá.

Cuando llegué a la cafetería, me di cuenta que alguien estaba en mi lugar no designado, era una chica que parecía más joven que yo, no parecía que se fuera a ir en un par de minutos, me desagradaba la idea de que estuviera ahí, ese espacio en particular tiene como una energía mística traída de espíritus de universitarios que quieren pasar con el mínimo con tal de pasar, y por algún motivo me permite trabajar más rápido.

Hice la fila, pedí un café común y corriente con una galleta de chispas de chocolate, cuando me entregaron mi pedido, me senté en la mesa de al lado a la que suelo ocupar. Mientras bebía de mi café espiaba a la chica, en una de esas con mi mirada llamativa color café le daban ganas de irse, mis ojos combinan con mi galleta, ¿qué puedo decir?

Pero mi idea no funcionó, al contrario, la chica levantó la cabeza y sus ojos observaron los míos.

- ¿Se te ofrece algo? -Inquirió, andaba vestida con un chaleco verde de lana y unos jeans, lo más llamativo que tenía era un collar de oro con un crucifijo.

-No, nada. -Fue lo que salió de mi boca.

-Ah. -Cortó la conversación tajantemente.

-Bueno, ¿sabes qué? Sí se me ofrece algo, sé lo falta de respeto que va a sonar esto, pero me encanta la mesa que estás usando.

- ¿Te quieres sentar aquí? ¿eso es lo que estás insinuando? –Preguntó.

-O sea, esa mesa me encanta.

La chica me dio un espacio y dejó la mesa disponible, agarré mis cosas y me senté en mi mesa preferida, se lo agradecí.

Se quedó algo callada mientras terminaba de ordenar sus cosas en la mesa, alcancé a leer que su documento era de historia.

-Soy Fernanda, un gusto. -Me tendió la mano, no me quedó otra que aceptársela y hacer el típico saludo.

-Soy Viator, y si me disculpas, tengo que terminar unas cosas. -Saqué de mi mochila mi Tablet, abrí el PowerPoint y comencé a afinar unos detalles.

-No, no, espera. ¿Te llamas Viator? -Curioseó.

-Sí, me llamo Viator, Fernanda, no es un nombre típico, tiene un significado religioso, lo puedes buscar en internet. Ahora, tengo que terminar esto. -Le mostré la pantalla de mi Tablet. - Muchas gracias por darme espacio en la mesa, estoy extremadamente agradecido por este acto de bondad digno del Nobel de la Paz, ¿qué Malala? ¿qué Obama? Nada de ellos, tú mereces ese premio. -La pecosa chica de ojos azules me miraba extrañada.

Luna VacíaWhere stories live. Discover now