Capítulo III

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Y al ser humano que se deben estar muriendo por conocer, el que tanto les he mencionado mis queridos lectores, se encuentra conmigo.

-Manuel, di algo para sea lo que sea que esto se convierta, para que así mis futuros y queridos lectores puedan tener un mensaje tuyo. -Nos sentamos en una banca del parque frente a su casa.

- ¿En serio crees que vas a querer a tus lectores? Lo que más quieres en esta vida es a Sancho Panza, seguro vas a querer a tus lectores. –Ironizó mientras se reía.

- ¿Sabes una cosa? Lo que te pasa es que sabes que en esta historia yo soy Don Quijote y tú eres Sancho, y estás celoso de mí por no tener mi valentía. Gordo cobarde. -Le apunté con un dedo su estómago.

Manuel puede ser cualquier cosa, menos gordo, de hecho, es de los que va al gimnasio con frecuencia. Es lo que se puede decir un chico que se cuida para estar en el mejor estado físico y emocional, o eso es lo que dice él.

-Yo sé que tú tienes un complejo del Quijote, eso sí que está en mi mente Vitu. -Pausó y se paró de la banca. -Siempre queriendo luchar y encontrar la equidad en este mundo. -Dramatizó muchísimo, o sea, en él eso es costumbre, pero fue tanto que un niño de unos cinco años empezó a aplaudir.

-Manuel, deja ya de ser tan showcero, yo sé que es tu especialidad, pero mira que hay un niño aplaudiendo. -Le mostré al niño con la mano izquierda. -Si querías estudiar actuación pues te hubieras metido a eso y ya.

-Y ahora el bebito se enojó. –Puso una mueca de esa máscara de teatro lloriqueando, sí, la misma cara. –Bueno mi Caballero de la Triste Figura, vayamos por pizza.

-Mi Dulcinea del Toboso, yo tengo que cuidar mi alimentación para ayudar a cualquier dama en apuros, pero con gusto aceptaré una pizza mientras no sea cocinada por usted, esas manos tan delicadas no deberían cocinar alimentos, por el bienestar de nuestra querida patria y del resto del mundo.

Manuel se puso una mano en el corazón y movió su cabeza hasta que no me pudiera ver.

- ¡Ay! -Manuel exclamó fuertemente. - Mi Quijote, me avergüenza que me trates así, sabes bien que el horno es mi trauma, eso es parte de un pasado que no quiero que se vuelva a mencionar.

-Dulcinea, mi querida dama, nunca fue mi intención tratarla así, por favor no se ofenda.

-Yo, yo, tu querida Dulcinea del Toboso te perdona.

Nos abrazamos y de la nada miles de aplausos se escuchaban a nuestro alrededor. Me di cuenta de que estábamos dentro de un círculo de personas observando nuestro pequeño seudo espectáculo.

-Bravo, bravo, magnifico. Chicos, casi se me sale una lágrima. En mis tiempos el proclamar el amor por alguien del mismo sexo era impensable. -Esta abuelita se nos acercó y nos abrazó. -Ustedes de verdad tienen talento para este arte.

Yo me encontraba completamente perplejo, generalmente cuando hacemos estas obras dramáticas improvisadas la gente se nos queda mirando muy raro, en cambio, esta vez nos aplauden y nos abrazan. Este es el público por el que uno lucha, por el que uno se esfuerza, por el que uno mejora.

-Yo creo que es mejor que nos vayamos antes de que nos empiecen a conversar de sus vidas. -Manuel me susurró y le asentí sigilosamente.

Nos despedimos de la gente y salimos del parque, caminamos lentamente hasta encontrarnos con el gran letrero de la pizzería, el olor a queso fundido se percibía desde afuera. Que olor más alucinante.

Nos sentamos en la mesa. El local estaba algo vacío, haciendo que por lo menos para mí fuera algo agradable. Pedimos una pizza familiar de pepperoni y unas cervezas para acompañar la digestión, obviamente que Manuel pidió una artesanal para creer que está en lo último de tendencias.

Luna VacíaWhere stories live. Discover now