Dónde sea que estés

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Todos hemos tenido abuelos, puede que no los hayamos conocido o que hayan fallecido ya. Yo tengo suerte porque llegué a conocer la mejor abuela que una persona puede tener. Ella era la madre de mi padre, y falleció 2011 debido a un cáncer de mama. Recuerdo que era cariñosa, inteligente, divertida y tierna. Estuvo allí en el hospital cuando yo nací, realmente me quería mucho, como a todos sus 4 nietos.

Era que era la mayor de ocho hermanos. Yo solía verla casi todos los días porque vivía un piso debajo de mi hogar, junto con mis tíos y mis dos primos mayores.

Ella siempre quiso lo mejor para mi hermano y yo porque fue como nuestra maestra privada, además nos defendía de nuestro padre. Mis primos y mi hermano jugábamos en su casa por las tardes y ellas me enseñaba canciones, matemáticas, geografía, religión, cultura y otras cosas. Todavía puedo recordar su pequeña biblioteca llena de libros académicos que leía para ayudarme a hacer nuestras tareas.
Me cuidaba y dormía conmigo cuando estaba gravemente enfermo. Nunca olvidaré el tiempo que pasamos juntos y lo que hizo por mí, porque ella siempre quiso protegerme; además, todas sus enseñanzas influyeron en gran medida mis decisiones futuras. Aunque nunca estudió ni trabajo como maestra, el amor que inspiraba influyó inconscientemente en la formación de mi vocación docente.

Por desgracia todo cuento también tiene su final, pues ella comenzó a enfermarse lentamente, yo era un niño entonces y recuerdo haber oído que vomitaba mucho, y no quería ir al doctor. Ella se negaba a ir al hospital hasta que un día fue y se le diagnosticó un cáncer de mama; por lo tanto, tuvo una cirugía de mastectomía y quimioterapia también. En mi inocencia de niño veía que le faltaba un seno y que usaba un gorro de lana y pelucas.

Un día vi a mi padre llorar, él sabía que ella iba a morir pronto y me dijo que el cáncer de mi abuela se había extendido por una gran parte de su cuerpo (metástasis). Recuerdo verla muy enferma y con poca fuerza, ella dijo que ya no tenía la misma fuerza en sus manos para sostener un simple vaso de agua.
Mi tía que vivía con mi abuela solía bañarla en el patio porque mi abuela ya no era capaz de hacerlo por sí misma. Yo al espiarlas y verlas en ese estado sentí una gran tristeza.
De lo que más me arrepiento es no haberle tocado una canción en mi violín, creo que la culpa es de mi padre por decirle a mi abuela que tenía un violín. Si ella no hubiese sabido que yo había empezado clases de violín, no me habría insistido tanto. De todos modos no me sentí preparado para mostrarle lo que estaba aprendiendo.
Ella murió en un hospital en la noche un par de semanas más tarde, cuando mi hermano y yo estábamos durmiendo. No entendía lo que había sucedido muy bien o quizá yo no quería entenderlo. Es curioso que las mariposas grandes y negras siempre se posen en mi casa días antes de que muera alguien querido. Ella murió en la madrugada como casi todos mis familiares, pero yo no lloré hasta el funeral.

Conocidos, familiares y amigos asistieron a su funeral, estaba lleno de gente que yo nunca había visto. Años después fui a visitar la tumba con mi tía, mi prima y mi padre. Mi padre y mi tía llevaban gafas oscuras, y ahí comprendí para qué eran. En esa tarde de viento las hojas caían y el ambiente transmitía nostalgia. Esa fue la primera y la última vez que la visité en el cementerio.

Dónde sea que estés (Carta a una abuela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora