Mi Infierno Personal

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  Apenas me pongo cómoda en mi lugar preferido del salón, donde las flamantes llamas de la chimenea me convidan a postergar las preocupaciones del exhaustivo día a día que ronda puntual mi calendario y, entre el mullido sillón y la relajante atmósfera, cierro mis ojos y catapulto mi atención hacia mi más reciente descubrimiento. De inmediato desplego mis alas, las cuales me transportan a una dimensión abandonada por muchos, y el decepcionante transcurso del tiempo se congela, permitiendo que el abrazo glacial de esta experiencia me ceda sus expectativas por tan solo unas horas.

  Finalmente, mis pies tocan el suelo, anunciando mi llegada a este territorio desafortunadamente conocido. Frente a mis ojos yace una entrada gigantesca, apuntalada y visiblemente protegida por majestuosas estatuas de dragón que incomodarían al más valiente; aunque los veo más como perros guardianes ansiosos por darme la bienvenida. Me llaman la atención las incrustaciones metálicas que le dan un toque antiguo y seguro a la fortaleza inexpugnable que se cierne sobre los despojos de este reino olvidado que trasciende los siglos, sin dejar a un lado la enigmática aldaba un tanto cadavérica que adorna orgullosa como aderezo final a esta obertura inquietante…

 Me llaman la atención las incrustaciones metálicas que le dan un toque antiguo y seguro a la fortaleza inexpugnable que se cierne sobre los despojos de este reino olvidado que trasciende los siglos, sin dejar a un lado la enigmática aldaba un tan...

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  Deposito mis dedos en la superficie áspera de la puerta y poco a poco me abro paso hacia el interior, donde me espera un largo corredor hacia el exterior de los muros. Cada pasillo que transitaba me conducía más y más en dirección a la sórdida estancia y gracias a mi memoria, fui guiada por las huellas que recorrieron en ocasiones anteriores estos pasajes laberínticos. Varios minutos después me encontraba en la salida, apoyando mis pies sobre el césped del diminuto jardín que se hallaba a pocos metros de mí, simulando un lugar de descanso para los corazones exhaustos. El entorno gozaba de un cuidado notable: las plantas y árboles pequeños, con sus aromas hipnóticos y belleza impar, lucían sus flores a quienes estuvieran dispuestos a deleitarse con tan frágil muestra de trofeos infrecuentes.

  Para esta oportunidad había planeado aproximarme a las inmediaciones, probar algo diferente a pasarme largas horas contemplando los salones principales de esta ciudadela y desentrañando secretos que ya no son tan confidenciales para mí: incluso, en uno de mis retornos a este lugar encontré una muñeca encantadora, postrada en un rincón oculto y cubierta por una fina capa de polvo, principal evidencia de que hace mucho tiempo dejó de pertenecer a la realidad. Testigo de esta visión desesperanzadora, padezco con los labios anudados como recae sobre mis hombros el peso de los deseos oprimidos, que antes estuvo prácticamente desaparecido en su guarida de huraño y, en un instante, la tomé en mis brazos y determiné que mientras estuviera conmigo no sufriría el mismo destino.

  Prosigo mi camino y me acerco a la reja colmada de enredaderas y diminutas flores silvestres; el pórtico que me separaba del exterior abre ahora sus puertas y me permite dar los primeros pasos rumbo a mi destino. La expectación por conocer más sobre el espacio que me rodeaba, aumentaba a medida que desalojaba la residencia, aventurándome hacia lo que parecía un imperceptible pueblo en la periferia de la enorme extensión de tierra que ahora se hallaba a mi completa disposición.

Trazos de un suspiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora